Niños

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Bruno Bettelheim. Psicoanálisis de los cuentos de hadas. Traducción de Silvia Furió. Ediciones Culturales Paidós, S. A. de C. V., 2013, página 166: “Freud afirmó que el pensamiento es una exploración de posibilidades que evita todos los peligros inherentes a la experimentación real. El pensamiento requiere un derroche mínimo de energía, de manera que todavía nos queda una cantidad suficiente para actuar después de tomar una decisión y de especular sobre las posibilidades de éxito y la mejor manera de conseguirlo. Esto es lo que hacemos los adultos… el científico ‘juega con ideas’ antes de empezar a explorarlas de manera sistemática. Pero los pensamientos de los niños no funcionan de un modo tan ordenado como los adultos, ya que sus fantasías son, al propio tiempo, sus pensamientos.”

Los niños hilvanan su realidad con alegorías: son su aporte en la vida. No son “objetivos” a la usanza de los adultos y negarles esa “realidad” suya es una traición a su desarrollo.

Los cuentos infantiles con sus tragedias, crueldades y desastres son la vía paralela de meditaciones inconscientes cuyas características son la suplantación simbólica de aquello que en su vida sí resultarían trágicas, crueles y desastrosas. Dentro de todo, el niño sabe “cuándo”, “cómo” y “qué” suplir —en su mente en proceso de formación— bajo otra realidad para que la propia no le destruya y deteriore la armonía en ése, su mundo por crear.

La infancia es una etapa de individualismo exacerbado, de iras intensas y de rápida reconciliación. Vida y muerte son palabras/símbolos para ajustar su realidad intensa con las cuales sanear el espacio de su desarrollo. No son absolutos a la manera de los adultos, son formas de establecer una posición marcadamente egoísta que es el terreno de la infancia. A un niño de nada le sirve un enorme bagaje de razones que demuestren la inexistencia del obsoleto “Coco”, de los dragones, que las brujas no son parte de la realidad y que tanto príncipes como princesas son personajes irreales. Para ellos, para los niños, los dragones representan “algo” que el adulto no ve, las brujas encarnan en situaciones que el adulto no “mira” y los príncipes y princesas significan la encarnación del “héroe” —el propio infante—, “verdades” que el adulto repudia en un entorno pleno de situaciones de conflicto materialmente reales o, al menos, así lo percibe el adulto.

Un adulto desdeña el vigor de la fantasía ante el temor de un apostrofe de “infantiloide”, aunque, parece que si un adulto careció de ese canal de irrealidad durante su primera etapa de formación, en ese mundo plagado de fantasía, el individuo carecerá de un comportamiento apto para enfrentar las soluciones que la vida le demanda.

Regresemos a los cuentos infantiles (y si son sin “monos”, mejor) para favorecer la canalización simbólico/violenta de los chiquillos, ellos, con su imaginación dotarán de rostro, vestimenta, colorido, voz y tono para los personajes de su escenario vital sin imposiciones que algún adulto —con plena decisión y juicio— les otorgara para facilitar la “comprensión” de la historia pero que está fuera de la realidad de una inconsciencia que necesita vigencia en la fugaz temporalidad de la infancia.

El mundo fantástico, plagado con hadas y brujas, duendes, dragones, reyes ambiguos y reinas malvadas (padres y madres) es la realidad adulta simbolizada en la mente de los niños, esos personajes somos los adultos, los que tenemos el control de la vida, los rescatados por la gesta imaginativa infantil que poco tiene de esa bobalicona “inocencia” adjudicada a la etapa temprana del desarrollo humano.

Una lectura a Psicoanálisis de los cuentos de hadas del doctor Bruno Bettelheim modificará substancialmente nuestra visión olvidada de aquellos dolorosos conflictos sufridos en el transcurso de nuestra penosa inserción y adaptación a la “realidad” en la vida. No será ya cosa de tratar a los niños con razones estructuradas racionalmente, es menester reinsertarnos en la imaginación de la naturaleza humana para aprender y comprender qué es “ser niño” y cuáles son los símbolos propicios para no perder el equilibrio en la primera edad.

Pese al olvido en la adultez, el mundo mental durante la infancia también posee su triada dantesca y es quizás ese dolor irremediable el motivo para bloquear el recuerdo de la tragedia cotidiana.

La obra mencionada no es la respuesta, en la corta existencia individual nada lo es. Uno diferirá con respecto a algunas de las afirmaciones y planteamientos del doctor Bettelheim, pero es un indicio y siempre, un indicio es el origen para la comprensión, en este caso, del complejo universo infantil.

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