El local de Beno (Voz del pueblo, voz del cielo.)

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Hace ya muchos años —décadas en realidad y así, en amplio plural— cuando habitábamos una casita junto a un taller de impresión ubicado en la calle de Zacahuitzco 1 en la Colonia del mismo nombre en el entonces Distrito Federal —capital del país hoy expresada en CDMX— a menos de media cuadra había una pequeña tienda en donde encontrábamos los bastimentos mínimos faltantes para las diversas labores del hogar. En aquel entonces, en lo que hoy es la traza del Metro con destino a Taxqueña —entre las actuales estaciones Nativitas y Portales, a cuadra y media de casa— estaban las paralelas para el tranvía amarillo con franja verde en recorrido del Zócalo a Xochimilco (¿o a sólo hasta Taxqueña?). Esa pequeña tienda la atendía Benito a quien por razón en la diferencia de edades, con todo el respeto para un personaje de avanzada edad —por aquel entonces él tendría 18 o 20 años, lo más, que para mí parecían algo, sino semejante, muy cercano a la inconmensurable cifra de cincuenta, la mayor conocida en mí siempre mermada capacidad de entendimiento— respetuosamente denominaba «Beno», por parecerme que la partícula final «ito» correspondía en uso solamente a personas de mayor cercanía, confianza y generación. Aclaremos, el Beno de la tiendita nada tenía que ver con el Benno de Paul Joseph Goebbels quien brincara a la historia, independientemente de sus desmanes historiados —aspiración de poder de todo sano comunicador en las democracias—, por la célebre frase: «Entre más conozco a los hombres, más quiero a mi Benno» 2, (otras traducciones cambian el nombre propio por la denominación común de «perro», quizá para evitarnos inútiles elucubraciones). Porque yo, hace muchos años y ya rebasada la edad de la madurez jamás lograda, también fui un niño (se lo aseguro, hay testigos y evidencias fotográfica).

No faltaban motivos para acudir a la tienda: que una bolsita de fideos, un veinte de azúcar, otro tanto de café, un cuarto de aceite… ocasionalmente los hermanos «reñíamos» para acudir al expendio porque, llegado el momento, Beno otorgaba el pilón 3 acostumbrado tras la compra.

El local de Benito contaba con la verborrea de los ociosos que a todo próspero establecimiento distinguía. Uno de estos personajes era don Luis del que nadie sabía qué fue en sus años productivos ni cuáles sus afanes en la vejez. Don Luis era todo un caso. Para aclarar su posición o desaprobar lo dicho por algún visitante, soltaba un encadenamiento de refranes que esclarecían, ampliaban o refutaban la validez de lo ahí conversado. Y esa disciplina cundió a manera de idée fixe y Benito, sin ser en aquel entonces un hombre mayor, validaba con su palabra aquello de «los dichos de viejitos, son evangelios chiquitos», a lo que el neurasténico personaje siempre con descuido para lo expresado por los demás, sin entender el venturoso aval, apostillaba corrosivamente: «Le quieres enseñar los evangelios a los apóstoles».

Esperemos que a este recuerdo le valide aquello de «se non è vero, è ben trovato». Para Benito, por su paciencia al soportar las visitas incomodas, un saludo, esté en donde sea, aunque para mí, desde ese pasado remoto, la disciplina de extraer una medida práctica a los refranes me deje con más de una duda e inmovilizado, porque en contra de la veracidad de: «Más vale una vez colorado que cien descolorido», o «Más vale una pregunta pendeja que un pendejo que no pregunta» rápidamente acotamos: «Me tienen como perro de rancho, me amarran en las fiestas y me sueltan en las broncas.» Para un «Al que madruga Dios le ayuda», hermanado a «Para uno que madruga hay otro que no duerme», sumado a la experiencia diaria de «El que temprano se moja, más tiempo tiene para secarse», tenemos la savia de la sabiduría: «No por mucho madrugar amanece más temprano». En este tema específico don Luis desconcertaba sin remilgos con las contradictorias: «Si quieres buena fama,no te dé el sol en la cama» o cuando le venía en gana o acomodo a su decir: «Crea fama y héchate a dormir».

Y la plática aportaba —a veces me parece con un contraste poco cercano al tema—: «El que tiene más saliva traga más pinole», «No se puede chiflar y a la vez comer pinole» en contra de aquello de: «No todos los que chiflan son arrieros»; un tanto fúnebre y jocoso: «El que mata a puñaladas no puede morir a besos»; literario: «El valiente vive hasta que el cobarde quiere»; bíblico: «El que a hierro mata, a hierro muere»; el sumamente sobado: «En comer y rascar el  trabajo es empezar» frente a «El que come y canta, loco se levanta» para aplicar en la vida diaria y común: «El flojo y el mezquino recorren dos veces el camino» enfrentado a «Se juntaron el pan con las ganas de comer»; un tanto despectivo: «El que nace pa’tamal del cielo le caen las hojas», «La mona, aunque se vista de seda, mona se queda» para distinguir aristocráticamente que «No todo el que trae levita es persona principal». Don Luis, adueñado del espacio y el tiempo del prójimo ante una pareja de enamorados soltaba sin misericordia y al aire sin dirección específica: «Jarrito nuevo, dónde te guardaré; jarrito viejo, en dónde te tiraré» o al desdeñoso: «Aunque son del mismo barro, no es lo mismo bacín que jarro» y otorgarle un doble sentido a «Jarrito que hierve mucho se quema o desparrama» para afrentar a los habladores volátiles y ante la torpeza de algún cliente al embolsar la compra el clásico y obligado: «Todo cabe en un jarrito sabiéndolo acomodar».

Alguno le sostuvo que: «Nada sabe su violín y todos los sones toca», para revirarle rápidamente con la afirmación de que «De músico, poeta y loco, todos tenemos un poco». Un día sentenció don Jovito tristonamente: «Suerte te de Dios que el saber poco te importe», a ésto aportó Chano con gesto socarrón: «Más sabe el diablo por viejo que por diablo» para rematar un Benito carcajeante: «Chango viejo no aprende maroma nueva». En pleno chismorreo acerca de la dama casada por interés: «El que a buen árbol se arrima buena sombra le cobija» le vino aparejada la afirmación difamante de «Árbol que nace torcido, nunca su rama endereza» refrán censurado por Eduwiges —quien vendía estampitas de santos en la esquina de la acera frontal—: «Del árbol caído todos hacen leña». Y para el empeño en la contradicción qué tal: «A buen entendedor, pocas palabras», «El que mucho habla, poco sabe» opuestos a «El que calla otorga», o esta otra parejita extrema: «En la duda, ten la lengua», «Gallo que no canta, algo tiene en la garganta».

Y aún desvarío un poco con las oposiciones en la sabiduría popular: «Miras la rogación y no te incas» o «Nadie puede Ir en la procesión y tocar la campana»; «Perro que ladra no muerde» o «Está como el perro de la tía Cleta, la primera vez que ladró le rompieron la jeta» (poco después escuché la brutal variante de «Se hace como el perro del tío Lolo: pendejo él sólo»; me resulta imposible afirmar si entre doña Cleta y don Lolo habría un contubernio íntimo dada su afición por los chuchos); con «El león cree que todos son de su condición» afrentaba don Luis a los mañosos y afirmaba en contra de la aseveración sobre su mal carácter: «El león no es como lo pintan», en otra ocasión ensartó: «El jumento no era arisco lo hicieron a sombrerazos», variante en masculino de «La burra no era arisca, los palos la hicieron así». Ante la torpeza ajena: «El que por su gusto es buey hasta la coyunda lame» o acorde a la experiencia manifiesta: «Buey viejo, surco derecho» porque es bien sabido que «El buey viejo enseña al buey joven». Afirmaba con vigor: «La curiosidad mató al gato» o su contrario «Mucho sabe el ratón, pero más saber tiene el gato»; «Ladrón que roba a ladrón tiene cien años de perdón», «Hijo de gran ladrón: gran señor», en contra del amenazante «En donde las toman, las dan». Si con semejanza al Job bíblico aquél afirmaba con desesperante resignación: «No hay mal que por bien no venga», don Luis añadía: «Hágase la voluntad de Dios en los bueyes de mi compadre».

Al salir de la tiendita una de las bellas vecinas, Benito, acodado en el mostrador al recibir una reprensión paternal justificó con la mirada tras ella: «Más jala un rebozo que un caballo brioso», Leo, la dueña de la papelería sarcásticamente aportaba: «Más puede un cabello de mujer que una yunta de bueyes» en tanto don Felipe, un español radicado en la colonia desde sus años mozos, culminó enfáticamente: «Jalan más dos tetas que dos carretas», fin de la discusión y motivo de rauda huida de una Leo presurosa y ruborizada con destino a su negocio. O qué tal en contra de la continua solicitud de crédito por Juan José, el mecánico propietario del taller a espaldas de casa: «Ve burro y se le antoja viaje» o «Busca el burro y está montado en él», que algo sabrían de su pasado por la afirmación de: «Tiene más el rico cuando empobrece que el pobre cuando enriquece» ¿o fue aquel de: «El que no tiene y llega a tener, loco se quiere volver»?, alguna vez escuché a don Felipe rezongar ante una situación similar: «Más vale ser perro de rico que santo de pobre» (aquí no supe si la reconvención surgió con dirección a Benito o en contra de la solicitud de Juan José), porque es cosa sabida y probada:  «El que nace en zalea siempre anda oliendo a borrego». Y añadía virulentamente que: «No tiene la culpa el indio sino el que lo hace compadre» a más de que «Alegre el indio y le dan maracas» y el agraviante: «Quien da pan a perro ajeno, pierde el pan y pierde al perro«. Una cuadra hacia el oriente vivía un muchacho sordomudo que explotaba su deficiencia con gran ahínco y a quien para mayor desdicha le impusieron el nombre de Simplicio —abreviado en Sim—, a este muchacho quien solicitara una veladora y evadiera «distraídamente» el pago, don Luis le espetó groseramente: «En boca cerrada no entran moscas ni salen verdades» y en otra ocasión: «Guárdate del hombre que no habla y del perro que no ladra».

Benito no olvidaba los fundamentos religiosos de su casa ya que a conveniencia aseveraba que en su labor diaria: «A Dios rogando y con el mazo dando», «Dios aprieta pero no ahorca», y no recuerdo ya por cuál motivo respaldaba místicamente: «El hombre propone, Dios dispone, llega el diablo y todo lo descompone» sin faltar la intromisión de don Luis: «Dios no les da alas a los alacranes» y su muy recurrente: «Dios no cumple antojos ni endereza jorobados» o la joyita: «Cuando Dios no quiere, los santos no pueden»… (por cierto que fue don Felipe al primer español-mexicano que conocí y el ser al que escuché repartir hostias verbales, que de las otras, él sabría), católico blasfemo con ribetes de republicano afirmaba enternecido ante toda exageración superlativa o de exigua y enfadosa humildad: «Ni tanto que queme al santo, ni tanto que no lo alumbre»; muy en la línea de Santo Tomás: «Santo que no es visto, no es venerado» a lo cual el hablantín don Luis aportaba:  «A santo que no me agrada ni padrenuestro ni nada»… y porque ya me apetece una taza con café con un cigarrillo compañero y para no agobiar la paciencia ajena, entre aquí el etcétera que es ya una conveniencia y momento para el silencio con ese regusto amargo por la sabiduría popular encaramada en la beneficiosa pilastra izquierda o acomodaticiamente en la derecha, que está visto que en los refraneros, recargados de gerundios, hay frases extraídas a la literatura («De lo bueno, poco.»  4) y otras que hieden a improvisación sin futuro con determinación de lucimiento. Abandonemos el local de Beno antes de ganarnos la inclemente verdad de este viejo y casi olvidado refrán muy mexicano por sus voces: «No me traigas tus nahuales que se me chahuistlean las milpas».

Un saludo, don Beno.

1.- ¿Zacatal espinoso?
2.- En otros textos, la frase le pertenece supuestamente al misántropo poeta Lord Byron, otros la adjudican al propio führer Adolf Hitler dado su cariño por los canes, aunque la referencia disponible al momento remita al pastor alsaciano (¿u ovejero alemán? ¿un Airedale Terrier? ésto último según entrevista con Brunhilde Pomsel difundida en eldiario.es 19/08/2016) del ministro para la Ilustración Pública y Propaganda del Tercer Reich. La frase aparece dos veces en su discutidísimo «Diario», Plaza&Janés, Colección Arca de Papel, Barcelona (España) 1975.
3.- Para la Real Academia Española, en su séptima acepción, «pilón» es un mexicanismo que en su séptima asepción significa: «Añadidura, especialmente la que se da como propina o regalo.» La definición adolece de sabor porque, «el pilón», ése algo más dispuesto por el comerciante para sus clientes era un delicioso piloncillo en miniatura, el cono truncado de melaza sólida nombrado «piloncillo» en el centro y norte de México y panela en el sur. Es, en contra de la moderna aversión a lo dulce natural, el primer logro tras la extracción del jugo de caña y la evaporación correspondiente para su concentración y posterior moldeado.
4.- “Lo bueno, si breve, dos veces bueno; y aun lo malo, si poco, no tan malo.” en la forma íntegra debida a don Baltazar Gracián en su “Oraculo Manval, i Arte de Prvdencia, sacada de los Aforismos qve fe discurren en las obras DE Lorenço Gracian, pvblicala D. Vincencio Ivan de Lastanosa. I la dedica Al Exceléntifisimo Señor D. Lvis Mendez de Haro, Conde Duque. Con licencia: Impreffo en Huefca, por Iuan Nogues. Año 1647.”, glosado por el propio don Baltasar bajo el seudónimo de Lorenço: antecedente de su variante popular reducida: «De lo bueno poco y de lo poco mucho.»
Por cierto, de este dicho o refrán (o lo que sea, ya estoy brutalmente entorpecido) hay otras variantes más sobre la misma premisa: «Más vale poco y bueno que mucho y malo»; «Más vale poco y bienvenido que mucho y mal adquirido».
Y fin, por no exhibir más la ignorancia mediante la pedantería, porque: «Quod natura non dat, Salamantica non prestat», es decir y para entendernos: «Lo que natura no da, Salamanca no presta», que es otra manera de afirmar: «El que asno fue a Roma, asno se torna». escuelapedia.com

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