Mucho tiempo, espacio y tinta demandó en el pasado, exige al presente y requerirá en el futuro la definición de “Clásico”. Toda determinación es parcial, temporal y ajustable en la vida de la Humanidad e incluso, para cada individuo mediante un consenso más o menos funcional.

Interrogamos en pos de una respuesta puntual y encontramos múltiples variantes y discursos insatisfactorios, porque hay obras en el arte, en las ciencias, en los aportes de la tecnología cuya valía trasciende su momento histórico y agitan «ése algo» interno en los seres, provocan infinidad de interrogantes y a cada momento plantean nuevas dudas para otorgarnos sólo respuestas parciales. Inquietaron a los seres en el momento de su difusión original para estremecer a quienes indagamos hoy en los valores de lo pasado. No hay respuestas concretas y queda la sensación de que su lenguaje pertenece a un nivel superior a la razón impulsado por el afán de entendimiento. Hay obras que pese a una deplorable traducción, reproducción y edición sacuden la mente —el espíritu o ese recinto íntimo, propio e intransferible— en donde bosquejan una posibilidad benéfica e insustituible para la vida en la comunidad.

Skrik (El grito) Réplica en acrílica sobre tela 45.0 x 60.0 centímetros. Colección Dr. Pedro Paz Valdivia

José Luis Trueba Lara, en su Prólogo para “El arte de la guerra” de Sun Tzu (Editorial Porrúa, S. A. de C. V., sexta reimpresión del año del 2014), asienta: “… la lectura de la obra de Sun Tzu implica la posibilidad de encontrarse con un maestro, con un clásico que cumple con todos y cada uno de los requisitos señalados por George Steiner en Errata, el más íntimo de sus libros:

«Un ‘clásico’ de la literatura, de la música, de las artes, de la filosofía, es para mí una forma significante que nos ‘lee’. Es ella quien nos lee más de lo que nosotros la leemos, escuchamos o percibimos. No existe nada paradójico, y mucho menos de místico, en esta definición. El clásico nos interroga cada vez que lo abordamos. Desafía nuestros recursos de conciencia e intelecto, de mente y de cuerpo […]. El clásico nos preguntará: ¿has comprendido?, ¿has re-imaginado con seriedad?, ¿estás preparado para abordar las cuestiones, las potencialidades del ser transformado y enriquecido que he planteado?

“… cuando nos aproximamos al espejo que nos ofrece El arte de la guerra y asumimos el reto fundamental de conversar de manera humilde e inteligente con el guerrero-filósofo, Sun Tzu no sólo nos refleja al responder nuestras preguntas y nos ofrece espacios nunca antes vistos, sino que también comenzará a cuestionarnos acerca de nuestra existencia y nuestra manera de mirar al mundo…”.

Lo Clásico inicia con el gran aporte del punto plasmado conscientemente y con finalidad de perpetuación mediante un golpe en la roca o el pigmento en orden específico y vital, con el primer gemido que intentaba «decir» algo, con el primer soplo para insuflar vida en la Vida. Es una realización aparentemente banal brotante de la consciencia atemporal para impactar en la consciencia ajena, pero, el hecho de nacer de una consciencia para compartir una emoción, un juicio en otras consciencias es lo que da el primer impulso que según sus valores intrínsecos iniciará el largo peregrinar en las generaciones de humanos receptores para adquirir importancia sin las limitantes del habla y características físicas de un espacio distante. Lo Clásico nace del rito cavernario, con una frase surgida en la pasión, con el silbo aprendido del viento. Decimos que algo es Clásico cuando posee vigencia aún en el momento de su ausencia ante la vista, el tacto, el oído, el gusto, el olfato y sus combinaciones.

Lo Clásico, aunque obra a través de un lenguaje específico para vigorizarse en los sentidos —símbolos, signos, señas abstractas— nos lleva al espacio superior más allá del habla común en un espacio geográfico y la cultura ahí desarrollada — por medio de la sensibilidad propia e intransferible— a ese lugar propio con afán de compartir en que los términos específicos impulsan al pensamiento para enraizar y permanecer en la parte de la esencia propia en su nivel más alto y puro que establece la idea por medio de las manifestaciones de la consciencia en su recopilación material, para tamizar el influjo material y las apetencias humanas e incorporar en nuestra vida diaria el motivo intrínseco del mensaje—ahora trascendental— yacente en la obra. Adquirir este valor intangible nos transforma y en ello ya no seremos quienes éramos antes de exponernos a la experiencia: seremos diferentes, seremos parte de ese pasado ajeno para tocar levemente un mínimo de la perfección colectiva y encontrar que entre todos aquellos seres del pasado estábamos ya embrionariamente para el presente y que ellos, los precedentes, viven en cada pulsar de nuestra realización modificables.

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