Para cada uno, conceptualmente, el “yo personal” es ley en las cosas y de la vida.

“La Conquista fue, en buena medida, determinada por la ausencia de cohesión interétnica; por la existencia del despotismo mexica; por la facilidad de la alianza indígena con los españoles; y por la superioridad del armamento de éstos, que incluía el uso de barcos […] caballos [y la rueda].”[1]

Menguado el mérito y la razón extraviada, queda el rencor de los vencidos en contra de sus semejantes vencedores. Dolor, vergüenza y odio aún en práctica en el mermado espacio de lo que fuera la España medieval trasplantada en otra geografía: La Nueva

Resulta prístina la vocación guerrera y misticismo fundamentado en la liberación de una parte de España y Portugal para terminar con la guerra entre las dos o tres visiones hispanas: la guerra civil encabezada por las dos Isabeles (la groseramente señalada como “La Beltraneja” y la otra, “muy católica”, ahora sí, con todo derecho conocida como “de Castilla”). Con el reparto de las tierras recién integradas al concepto de “orbe” fijado en los Tratados de Alcáçovar[2] y Tordesillas[3] la soberbia del ungido encontró forma, cobijo y finalidad y con ello justificó la felonía. Así, la brutalidad, la destrucción de una forma del pensamiento, los beneficios puestos en la balanza de los intereses comunes con expedición de documentos de salvación son sólo una manera bendita para el bien que aportan las ocultas aberraciones puestas en práctica en contra del vencido, para el español de esa época “En España ―dice Salvador de Madariaga― la religión es ante todo, una pasión individual como el amor, los celos, el odio o la ambición.”[4]

“[…] El hombre americano es mágico-religioso. La diferencia con el hombre de la técnica consiste en que mientras éste vive con los sentidos abiertos al mundo de las formas, vertido en una realidad externa, objetiva, es decir, en la naturaleza, el hombre mágico-religioso vive en la conciencia clara de un mundo invisible, subjetivo, en donde habitan dioses y demonios, e influjos mágicos que obran sobre él y sobre las demás cosas externas; las formas externas no son en el fondo sino portadoras o símbolos de aquel mundo mágico, con el cual se ligan por medio de lazos espirituales, los cuales hay que conocer. En tanto que el hombre de la técnica, observa con curiosidad inagotable el mundo que lo rodea, situándolo como cosa independiente de si propio, como un No-Yo, objeto del conocimiento y, por tanto, lo analiza para mejor conocerlo, y descubre las leyes que lo rigen, para mejor dominarlo, el hombre mágico trata a su vez de apoderarse del secreto, de las ligas mágicas que unen a dioses y demonios con las formas objetivas, para que mediante operaciones con ellas, se las domine y se las obligue a que efectúen el hecho material deseado.”[5]

De vez en cuando surge un atisbo de las diferencias culturales forjadas por las circunstancias del entorno natural. Queda en el apartado de los intereses individuales la fractura entre los grupos humanos aglutinados en el ejército invasor mas no así la exacerbada violencia mística en contra de los principios fundamentales en los continuadores de las luchas de liberación al rigor de los credos vigentes en casa: aquí envilecieron lo ético al desatar las manos y trastocar la moral de los de “casa”. “Una parte del pueblo azteca desfallece y busca al invasor. La otra, sin esperanza de salvación, traicionada por todos, escoge la muerte.”[6]

Asentamos por verdad incuestionable, juzgamos y separamos del conglomerado humano a los seres cuya cosmovisión resulta equivocada según los valores vigentes en cada etapa de la historia y la Historia. La justificación repetida de la incursión brutal y asesina en contra de las decenas de miles de seres estúpidos que ignoraron el invento y uso de la rueda marcados para la extinción por un dios contrario al credo prevaleciente en estas tierras censa en lágrimas, dolor y fundamento para la venganza por las decenas de muertos a quienes sepultar cristianamente en tanto, por sus aborrecibles costumbres a los ojos del Creador, dejaron en el campo para alimento de los animales carroñeros a las creaturas que defendían su propia materialidad y una forma particular de ver a la vida.

La carencia en el uso de la rueda no es baldón: era realidad actuante, es componente en la historia de los espacios americanos que exige un estudio fundamentalmente diferente a la burda afirmación de un desarrollo valorado con énfasis y escala diferenciada, distinta y paralela. No veamos la alianza de Tlacopan, México-Tenochtitlan y Texcoco como una estructura homogénea. En el momento de la defensa de México-Tenochtitlan había grupos distanciados al principio místico forjado por Izcoatl y sus asesores ―destacadamente Tlacaélel― enfrentados a la visión de oposición en Texcoco y Huejotzingo ―sólo para ejemplificar―.

A los grupos humano de Mesoamérica los evaluaron ―y aun los normamos― bajo una ética y moral trasplantada y por su “retraso” tecnológico. ¿Cómo aceptamos ―tajantemente― que en el desarrollo de los grupos humanos encadenados en las culturas de estas latitudes, a nadie le viniera a la mente trasladar a un tamaño mayor las potencialidades comprobadas en el uso de las ruedas aplicadas en algunos objetos rituales y de la juguetería.[7] Resulta vejatorio “aceptar” que en el encadenamiento de generaciones y de una cultura tras otra hasta el poderío mexica a nadie, a ningún dirigente, a ningún alto funcionario en los múltiples grupos, le viniera a la cabeza el beneficio en el uso de esa rebanada de rodillo hoy conocido con el termino de rueda.

Aceptamos sin mayor discusión la capacidad de observación, de abstracción de los pobladores refundidos en los nombres de las culturas antiguas para el logro en la herbolaria, en el conocimiento del ritmo de los cuerpos celestes con aplicación en la numérica, para meditar en el transcurrir de la vida en lo efímero del tiempo, las temporadas de lluvia, de la siembra y la cosecha, en la selección de granos y verduras para su nutrición y las ofrendas a sus dioses… y no obstante, con una afirmación sin espacio para la duda, negarles una mínima capacidad especulativa con respecto a la aplicación de la rueda.

Era conocimiento y práctica cotidiana el empleo del rodillo para la molienda de los granos y la preparación de los alimentos y el correspondiente para el aplanado de los caminos: “El uso de la rueda desde la antigüedad ibérica, asociada al ganado y a los equinos, que imprimen una energía tecnológica que propicia la caza y la agricultura pero también la guerra y la transportación humana y mercantil, estuvo ausente entre mesoamericanos y muy restringida al empleo de rodillos o troncos de árboles para desplazar grandes bloques de piedra en espacios cortos…”[8]

“…como dijo [Francisco Javier] Hernández… los antiguos habitantes de Mesoamérica no le dieron una aplicación práctica a la rueda ‘simplemente porque no quisieron, en razón de conceptos atávicos muy dignos de ser tomados en cuenta.’ En forma perspicaz, Hernández enfatiza el ethos indígena hacia el sacrificio y el ofrecimiento del esfuerzo físico a sus deidades. Hoy día, en el pensamiento occidental, se valora la constante innovación tecnológica que conduce al consumismo, pero en otras culturas ―antiguas y modernas― se le da mayor valor al conservadurismo. En la antigua Mesoamérica hubo múltiples innovaciones tecnológicas a lo largo del tiempo (la metalurgia es un buen ejemplo), pero en otros, como la lítica lasqueada y tallada, dominó el tradicionalismo. En cuanto a las tecnologías del transporte, igualmente podemos mencionar el interés por el despliegue simbólico de los rangos sociales. Así, el privilegio de los gobernantes, nobles, y hasta de personificaciones materiales y humanas de deidades, se enfatizaba en contextos públicos mediante el acarreo en andas.”[9]

El escaso desarrollo de los mercados durante los etapas Temprana y Media aumentó durante el Tardío: “Pese a ello, los cambios del periodo dieron lugar a un comercio rudimentario, el cual posiblemente se haya llevado a cabo por medio de canoas o balsas o recorriendo a pie las rutas más accesibles…”.[10] Y resulta indebido omitir que: “… El uso del mecapal requiere que el cuerpo se incline hacia adelante, cual si hiciese una reverencia…”[11]

“El rasgo más acusado de la religión azteca en el momento de la Conquista es la incesante especulación teológica que refundía, sistematizaba y unificaba creencias dispersas, propias y ajenas. Esta síntesis no era el fruto de un movimiento religioso popular, como las religiones proletarias que se difunden en el mundo antiguo al iniciarse el cristianismo, sino la tarea de una casta, colocada en el pináculo de la pirámide social. Las sistematizaciones, adaptaciones y reformas de la casta sacerdotal reflejan que en la esfera de las creencias también se procedía por superposición ―característica de las ciudades prehispánicas―. Del mismo modo que una pirámide azteca recubre a veces un edificio más antiguo, la unificación religiosa solamente afectaba a la superficie de la conciencia, dejando intactas las creencias primitivas. Esta situación prefiguraba la que introduciría el catolicismo, que también es una religión superpuesta a un fondo religioso original y siempre viviente. Todo preparaba la dominación española.”[12]

“¿Por qué cede Moctezuma? ¿Por qué se siente extrañamente fascinado por los españoles y experimenta ante ellos un vértigo ―que no es exagerado llamar sagrado― el vértigo lúcido del suicida ante el abismo? Los dioses lo han abandonado. La gran traición con que comienza la historia de México no es la de los tlaxcaltecas, ni la de Moctezuma y su grupo, sino la de los dioses. Ningún otro pueblo se ha sentido tan totalmente desamparado como se sintió la nación azteca ante los avisos, profecías y signos que anunciaron su caída.”[13]

Quetzalcóatl (Nanahuatzin, dios del sol, de los sacerdotes) es un ser respetuoso de los ritos, de la herencia y se inmola para renacer, en tanto “el guerrero del sur” (Huitzilopochtli-. Dios Sol, guerrero) lucha, triunfa sobre sus enemigos, dupla emocional mítico/místico para Moctezuma, para el poder mexica, para la nación atrapada en la dualidad: instinto de/por la vida, instinto de/por la muerte. Y la historia del desarrollo tecnológico en Mesoamérica yace en los vericuetos de la mentalidad, misticismo y costumbres de las comunidades originales en este lado del espacio en donde el uso de la rueda asociada a la fuerza de tracción animal por los invasores benefició el comercio, el transporte humano e impactó para la destrucción de comunidades “hermanas” permeadas por el desarrollo común en sus latitudes. Para bien o para mal, aún queda en el interior de estas naciones la prioridad del esfuerzo humano por sobre las ventajas del apoyo en herramientas y artificios humanos. Aun hoy, en la sufriente práctica de “las mandas”, es voluntad de sacrificio personal por muestra de humildad y dependencia/homenaje para con las esencias divinas o jerárquicas. No es desprecio para su uso, es asunto místico/cultural que zarandea el prestigio de un pasado cuya valorización discursiva omite el estudio concreto de las fuerzas actuantes de los seres en el estadio de estas tierras. Para nuestra visión de “humanidad” ―y aún persiste la visión― resulta un principio atávico incomprensible expresado en vocablos despreciativos nulamente racionales.

Notas:
[1] Luis Barjau. Prólogo, página 169. Voluntad e infortunio en la Conquista de México. Primera edición, 2015. Ediciones El Tucán de Virginia. Instituto Nacional de Antropología e Historia.
[2] 4 de septiembre del 1479.
[3] 7 de junio del 1494.
[4] Samuel Ramos. El perfil del hombre y la cultura en México, página 30. Colección Austral. Trigésima séptima reimpresión: agosto del 2001.
[5] Eulalia Guzmán. Caracteres esenciales del arte antiguo mexicano. Historia del arte, una aproximación al arte mexicano. Antología. Compilada por José Guadalupe Victoria Vicencio. Página 21. Universidad Nacional Autónoma de México, Editorial Porrúa, S. A. 1988.
[6] Octavio Paz, obra citada, página 86.
[7] Hay afirmaciones que sustentan: “la realidad es a la inversa, que cuando vemos una solución técnica en un objeto pequeño es porque ya existe en un objeto mayor”.
[8] Luis Barjau. Prólogo, obra citada, páginas 23 y 24.
[9] Javier Vacid. El concepto de la rueda en América, página 78. Arqueología Mexicana número 147, septiembre-octubre del 2017.
[10] María Elena Salas Cuesta, Ismael Álvarez Zúñiga. Arqueología física y arqueología en el Cerro del Tepalcate. Páginas 79 a 83. Arqueología Mexicana, número 147, Septiembre-Octubre del 2017.
[11] Rubén Morante López. “El mecapal. Genial invento prehispánico”, páginas 71. Arqueología Mexicana número 100.
[12] Octavio Paz, obra citada, página 84.
[13] Ídem, página 85.

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