La filosofía ¿es un sistema, una disciplina, una ciencia, un método, “un conocimiento, un saber”…? La sagrada filosofía, la manifestación del raciocinio alejada a todo supuesto es el resultado de un cúmulo de propuestas gestadas en el ocio (el pensamiento lógico bajo circunstancias particulares al amparo de las necesidades satisfechas, la armazón del lenguaje escrito estructurado y el proceso de lenta suma, asimilación y eliminación.) Sólo hace filosofía el ser bien nutrido y dueño del tiempo para dedicarlo a lo «innecesario», al esfuerzo intelectual que va de lo nimio a lo complejo con apariencia baladí 1 en el sentido original del término. La filosofía nace en el conglomerado costero con el influjo comercial de las ciudades-estado del centro-occidental de Jonia (la actual Turquía) a principios del siglo VI a.C., con los presocráticos Tales (Mileto, 624-546 a.C.), Anaximandro (Mileto, 610-545 a.C.) y Anaxímenes (Mileto, 585, 588 o 590-524 a. C.) y con Heráclito (Éfeso, 540?-580?) con su visión naturalista del hombre y su entorno y, ya iniciada la segunda mitad del siglo V (a.C.) con una franca inclinación hacia lo humano a partir de Sócrates y una pérdida significativa de lo mítico/místico que sustentaba la etapa primera del pensamiento especulativo que le antecediera.

«… Las palabras tienen su historia y sus asociaciones, las cuales constituyen, para quienes las emplean, una parte muy importante de su significado, sobre todo porque sus efectos son inconscientemente sentidos más bien que aprehendidos intelectualmente. Aún en idiomas hablados en una misma época, aparte de unas pocas palabras que designan objetos materiales, es prácticamente imposible traducir un vocablo de manera que produzca exactamente la misma impresión en un extranjero que la palabra original produce en quienes la oyen en su propia tierra…». 2

La filosofía es ardua labor, inacabable y agotadora a fin de entender, comprender, aprehender el pensamiento helenístico representado en la culminación de su etapa con Sócrates, Platón y Aristóteles, fase quebrantada a la cual atribuimos diferencias marcadas más por nuestra ignorancia en su lógico desarrollo y evolución concatenados. Desde el aforismo «Conócete a ti mismo» grabado en el arco (pronaos) del Templo de Apolo en Delfos con el cual identificamos —y a veces es lo único— a Sócrates y le adjudicamos su invención, es lugar común para demostrar nuestro profundo conocimiento del mundo griego y su herencia. Por otra parte, dicha sentencia posee otros «creadores»: Heráclito, Quilón de Esparta (o lacedemonio), Tales de Mileto, Pitágoras, Solón de Atenas y la poeta prehomérica Femonoe… 3

«… [Francis Macdonald] Cornford, en su lección inaugural en Cambridge, dijo que toda discusión filosófica en una época dada está gobernada en medida sorprendente, por una serie de supuestos que rara vez o quizá nunca se mencionan. Esos supuestos son ‘el cimiento de las ideas corrientes que comparten todos los hombres de una cultura determinada, y nunca se mencionan porque se les considera obvios y como cosas sabidas’…» 4

«La filosofía de Aristóteles representa el último florecimiento del pensamiento griego en su ambiente natural, la ciudad-estado. Fue maestro de Alejandro, el hombre que destruyó la compacta unidad en que todos podían participar activamente, y la sustituyó con  la idea de un gran reino que comprendiese todo el mundo. Alejandro murió antes de realizar su ideal y sus sucesores dividieron el mundo entonces conocido en tres o cuatro imperios gobernados despóticamente. Ya no bastaba ser ciudadano de Atenas o Corinto, porque la autonomía de las ciudades había desaparecido para siempre. Cuando miramos hacia atrás, nos parece que ya había perdido su realidad antes de Alejandro; pero al leer la Política advertimos que aún formaba la armazón del espíritu de Aristóteles. Después de él, eso ya no fue posible. El desamparo del hombre ante poderes exorbitantes produjo filosofías de tipo diferente. Trajo un individualismo intenso y un concepto de la filosofía no como el ideal intelectual sino como refugio contra la impotencia y la desesperanza. Fue el quietismo de Epicuro o el fatalismo de la Stoa (escuela fundada por Zenón denominada en griego stoa cuyo significado traducido a nuestra lengua sería estoicismo o del pórtico, por el lugar —un pórtico en Atenas— en donde impartía esa forma desesperanzada de su pensamiento acerca de la realidad humana). Había muerto el antiguo espíritu griego de investigación libre y osada, y el orden de intereses que Aristóteles sustentaba fue invertido. Lo primero era alguna teoría de la conducta, algo que ayudase a vivir, y la satisfacción del intelecto se convirtió en cosa secundaria. El mundo helenístico realizó, ciertamente, su obra propia, pero ésta fue en gran medida resultado de la mezcla creciente de elementos griegos y elementos extranjeros, principalmente orientales…» 5

Pero, con todo lo anterior, con siglos de la reflexión constreñida lastimosamente en cinco párrafos ¿significa lo mismo o algo cercano para seres «cultivados» veintiséis siglos después del momento del surgimiento del pensamiento especulativo fundamentado en la disponibilidad del tiempo para la meditación? El tono referencial propio de cada lengua, en un momento específico en el devenir de la sociedad permeó de tal manera que ¿entenderemos lo mismo o un algo precariamente afín a la parte simbólica de aquellas vidas sujetas a sus circunstancias específicas? Con nuestra soberbia racional aceptamos los prejuicios de filósofos que en otro momento y con fines diferenciados apoyan una aseveración específica de entre múltiples posibilidades de entendimiento y sus matices. Si el valor «intrínseco» otorgado a un término específico en el uso de un vocablo en latitudes cercanas en el espacio y tiempo aporta significados variados ¿cómo afirmamos tajantemente que lo expuesto y entendido de lo dicho en el pasado remoto corresponde a nuestros afanes y necesidades? Algo de confianza depositamos en los estudiosos y mucho amerita de la duda para no tergiversar despiadadamente la intensión de aquellos que nos antecedieron. Añadamos un poco más de dudas en cuanto a la comprensión de la palabra en culturas maldecidas y peor insertadas en el catálogo de la gran historia de la humanidad y poco quedará en la afirmación contemporánea en cuanto a la mentalidad de aquellos seres y sus circunstancias temporales. Aceptamos —veamos nuevamente a William K. C. Guthrie— por «evidentes» los términos virtud, dios, justo… que eran habituales en el habla griega ¿entendemos realmente por la palabra así escrita el trasfondo simbólico y el valor cotidiano de cada expresión? y a la vez ¿simbolizan y poseen el mismo valor para nosotros?

¿La palabra valentía posee el mismo valor emocional y cultural para nosotros que para un individuo del siglo XVIII o para todos los conquistadores en la Historia? Porque damos por hecho que el término «amor» englobaba y cubría el sentimiento que ahora le otorgamos en una de sus acepciones sin considerar que para las prácticas humanas diferenciadas desde hace 26 siglos, centuria a centuria, el valor específico con sus complejidades de momento varía con respecto al antecesor y poco contiene de la carga emotiva para el siglo siguiente, así, hasta la actualidad.

Si consideramos que el lenguaje gestual es el principio, la herramienta original para la comunicación humana y sustento para el lenguaje oral fijado con los signos de la expresión escrita, mucho de la comunicación humana yace en la generación que le empleó. Hay una enorme diferencia entre la finalidad del lenguaje oral y el escrito, el figurado, metafórico, analógico, eufemístico. El valor fundamental de una palabra pierde su valía en la misma generación en la cual surgió —de acuerdo con el promedio de vida de las generaciones encadenadas: 65 000 generaciones humanas desde el inicio de la vida del hombre sobre la tierra corresponden a una generación calificada así cada 20 años en el transcurso del tiempo humano—. Perdimos la vitalidad del gruñido inicial, del grito gutural, de la primera palabra y con ella su significado;  la especie humana moderna (Homo sapiens) apareció en África hace más o menos 1.3 millones de años y permaneció únicamente en África durante muchos años. Homo sapiens extendió sus poblaciones a Europa, Asia y Australia (y tentativamente en América) hace unos 40,000 – 50,000 años (2,000 a 2,500 generaciones). Los primeros humanos en el Hemisferio Occidental llegaron de Asia hace aproximadamente 13,000 años (650 generaciones).

¿Cuánto pierde la humanidad de experiencias humanas asentadas en el lenguaje encadenado a las generaciones? Los términos virtud, dios, justo que hoy poseen un significado y valores diferenciados en los grupos humanos contemporáneos (con sus valorizaciones en inicial minúscula o mayúscula) resultan distantes con respecto a lo que un griego antiguo derivaba de ellas y adquirirán otros sumamente diferentes dentro de siete generaciones.

Es más que un traspié afirmar tajantemente que en aquellos años éste o el otro manifestó tal o cual cosa en el sentido que hoy les damos a esas expresiones cuando tal conocimiento proviene de una especulación de nuestro juicio al rigor de nuestras circunstancias, extraído de un texto traducido del original al alemán, al francés o al inglés (o del árabe) sobre una copia o recopilación a partir de referencia a un original perdido irremediablemente, determina una mediana duda para cientos de testimonios «positivos» en cuanto al significado y valor práctico en la vida de aquellas sociedades. La adulteración, el prejuicio, los intereses de los grupos… aportan cada una un poco —o un mucho— para la distorsión del significante en las palabras con respecto a los hechos.

Alguna vez, en alguno de sus aportes culturales en Opus 94, don Ernesto de la Peña afirmaba que en un grupo de titulados en la Facultad de Filosofía y Letras que conocieran el griego antiguo cada uno lo pronunciaría de manera diferente ―y lo comprendería de manera particular según su bagaje cultural―. El significado de un vocablo en un momento dado exige años de pruebas, contrapruebas, reflexión y estudios comparativos… resulta temerario concretar sin un mínimo de duda el conocimiento sobre aquel pasado brumoso mediante un vocablo válido y comprensible al uso común de nuestros días sin que pierda el concepto, el valor intrínseco de aquella manifestación en la vida diaria a la que hoy encadenamos para enfatizar nuestra expresión de cultura.

Y ya en la cercanía geográfica y temporal no es una necedad la afirmación de los lingüistas respecto a que: «Al morir una lengua, nos empobrecemos como humanidad, porque si bien la diversidad enriquece, una pérdida así nos lleva a la pobreza cultural.» 6 A más, resulta inevitable la muda en el trasfondo emocional de una palabra, esa es también una muerte lenta en las expresiones que nutrirán otros sentimientos y finalidades al nulificar el valor otorgado en la actualidad.

El «Conócete a ti mismo» entraña mucho más que pararse frente al espejo para corregirnos el peinado, quizás sea una invitación a una búsqueda compleja para lo cual, la dinámica de nuestro momento no permite el desarrollo pleno de nuestras facultades y que sólo la filosofía ofrece con años de dedicación, paciencia, afán de recepción y comprensión, siempre con la duda ante una afirmación categórica.

«Hasta ahora se nos ha venido diciendo, con notable insistencia, que la filosofía es inútil. ¡Entendámonos! La filosofía es inútil en cuanto su actividad es esencialmente especulativa y no pragmática. En este sentido, habría que decir que todas las ciencias especulativas son inútiles. Algunos filósofos, sintiéndose afectados en la parte más noble de su ser, han creído preciso advertir que la ʽinutilidadʼ de la filosofía para la vida puramente pragmática no es, en rigor, una verdadera acusación. Si el supremo valor fuese la utilidad, habría que descalificar a esta noble disciplina. Pero si resulta que lo útil no posee un valor absoluto, sino subordinado, porque sirve para algo y se comporta como un medio naturalmente inferior a su fin, podría ocurrir que el pretendido reproche se nos convirtiese en el mejor elogio de [¿para?] la filosofía.

«Hay cosas que valen por sí mismas. En este caso, el hecho de que no sean útiles no significa, sin más, que carezcan de valor…» 7

Si aceptamos de manera sencilla que los humanos disfrutamos esencialmente del lenguaje oral, escrito y el gestual, ampliados en lo familiar o de camarilla, del natural —por el espacio geográfico y cultural correspondiente a nuestro nacimiento—, el obtenido en la inserción a un grupo específico de la sociedad y, de acuerdo a las necesidades de la comunicación específica del literario, técnico y el científico… estudiar disciplinadamente  qué deseaba expresar algún otro en el pasado y en el presente por medio de lo simbólico, lo abstracto, parabólico, algún eufemismo, terminología adoptada, neologismos ―de su momento, corrupciones―… nos ofrecerá un vislumbre de la intención que da motivo para acercarnos a la «inútil» filosofía y a los muchos seres que antes y después de los tres puntales griegos (Sócrates, Platón y Aristóteles) «perdieron» y “pierden” el tiempo, la vista y su vida inmersos en los afanes por entender el pensamiento de los otros ―en el pasado y en el presente― para ser parte del Ser, sea la comprensión que de éste término y su significado tengamos cada uno.

aNotasb

1.- Etimológicamente la palabra baladí proviene del árabe cuyo significado es: «propio de la tierra o del país», es decir «lo nacional» en oposición a «lo extranjero» a lo «importado», porque en su tiempo todo aquello venido de lejos era estimable por su precio ―porque era más caro―, independientemente a su valor intrínseco.
2.- William K. C. Guthrie, Los filósofos griegos. De Tales a Aristóteles, página 10. Fondo de Cultura Económica, Breviarios, número 88. Novena reimpresión 1985. Traducción de Florentino M. Torner.
3.- Es una afirmación de Pausanias aún no demostrada el aforismo inscrito en el Arco del Templo de Apolo en Delfos, que supuestamente Platón redondeó: “¡Oh! Hombre, conócete a ti mismo y conocerás el Universo y a los Dioses.»
4.-  William K. C. Guthrie, obra citada. Página 17.
5.- Ídem, páginas 157 y 158.
6.- Dr. Javier López Sánchez. Lenguas Indígenas permiten conocer y comprender el mundo. Inali.gob.mx y notimex en jornada.unam.mx Visitada el 15 de septiembre del 2017.
7.- Agustín Basave Fernández del Valle. Capítulo I. Filosofía y Derecho Internacional. Biblioteca Jurídica Virtual del Instituto de Investigaciones jurídicas de la UNAM. juridicas.unam.mx Visitada el 18 de septiembre del 2017.

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