Intimidad

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Hay incontables caminos sin mí. Atrás, en las entrañas de la caverna perdí la sombra; en esta isla, ―sin saber cuándo, cómo y porqué― extravié mi pasado/entonces, mi presente/ahora, mi futuro/después; en alguna playa profunda quedó mi nombre disuelto entre los granos de arena sin el sustento para afirmar: “Yo”, “Ahora”, “Aquí”.

―oOo―

Improvisa, avanza sin tropiezos y ahonda a cada palabra en la intimidad inventada cada vez con luces menguadas para repetir las lágrimas en un semblante ajeno. Confía su tragedia al espejo viviente, “espontáneamente” penetran en la pantanosa verdad de “compartir” la propia desdicha y ésto es una escalada de “quién sufre más”. Adentro, otro es el que pierde para ser pasado.

La Isla del silencio.

Preferiste la palabra ajena con desprecio a mi silencio. Un rito venció la firmeza de mi paso; fue tiempo que trazara el reloj en dos senderos para destrozar el vital “por siempre”. Fue un encuentro efímero en la encrucijada guarnecida con los fragmentos de un vital “por siempre”.

Si hubo una voz fue la nuestra con un verbo anclado en el porvenir, dos textos en frágil armonía y nuestros sentidos con el mismo calor.

Para ser libres ninguno fue posesión del otro, sin embargo, al final, tuvo mayor valor la palabra ajena que mi silencio; una falsía te ató y mi silencio es, todavía, desesperante.

Décadas de caminar veredas opuestas en los que el viento desperdigó las piedritas que eran guía para el regreso. Ya no hay tristeza, sólo un cansancio infinito y el rescoldo de un ¿por qué?

―oOo―

Esa estrella fue, hace muchos años, multiplicación en la lluvia, repetido resplandor entre el asfalto y la acera, en el monte y el sendero. Me gusta el atardecer gris y húmedo de lluvia, me trae el recuerdo del aroma, del calor de una mano, de una melodía ajena y, en los cristales de la ventana, el lento escurrir de su nombre derramado sobre la telaraña entre las hojas de un limón.

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El caracol dormita en su casa, morada, vivienda, nido, habitación, residencia, mansión, estancia, refugio, finca, caserón, chiribitil; dígale como usted prefiera, para él es un palacio: el hogar.

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