Final tras el final

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Lo afirmó Eraclio Zepeda *. Matías ignoraba que ésa era noche de luna llena. Fue la noche de la nauyaca. No lo supe hasta muchos años después de «bajar» a Solosuchiapa y preguntar por él.

Yo no lo conocí y la gente del lugar eludía la respuesta correcta a la pregunta concreta. ¿Qué le va uno a hacer? Inclusive don Gregorio, el propietario de la tienda alentó la esperanza soterrada de recuperar los tres más tres pesos adeudados por Matías en aquellos dos préstamos de frijol y arroz: —¿Es usted pariente de Matías, el que hablaba con el viento del sur? —preguntó así, en tiempo pretérito con sus ojitos brillantes por la avaricia. —¡No, qué va! Traigo un encarguito y debo verlo para cumplir —respondí ya a medio camino con dirección a la puerta. Así, con una media respuesta por aquí, un fragmento de palabra por allá, un gruñido que tanto significaba una afirmación como una negación o desprecio o ignorancia, até detalles y lentamente redondeé un mísero aserto para lo que me llevó hasta ahí. Reuní las señas para encontrarlo en aquel batiburrillo de contestaciones vagas henchidas con la neblina eterna de la superstición a semejanza de la lluvia entre aquellas cuatro montañas.  —¿El que tiene por nagual a la nauyaca?

Uno entiende pocas cosas de la vida, de esas que nos estrujan la mente para llevarnos a espacios desagradables. Matías era el faro para esta oportunidad que me daba el tiempo. A veces, más con la fantasía adquirida por el contacto humano que por apego la realidad, escuchaba su reclamo temporal ¡Vientooo! ¡Vientooo! que lo acercaba a poderes ancestrales vedados para el resto de los mortales. Sabía de su capacidad para eludir el poderío de la gran serpiente del sur —o al menos eso afirmaban las habladurías en los vecinos cercanos—, en mi situación, ¿qué me importaba la convicción o autoengaños de los pobladores?

Llegué para saldarle las cuentas a un Matías ya desaparecido de esta vida sin un último sorbo de café. Vació la casucha con su ausencia y anuló las deudas con don Gregorio. Vine en su búsqueda para equilibrar con su vida la arrebatada a machetazos a Serafín Ángeles (tio mío) allá en el camino a Ixhuatán y todo por un miserable peso. Vine hasta acá para cubrir con sus huesos los de aquellos soldados que le buscaba y a los que mató uno a uno cuando desenhebró el pelotón en la montaña y del cual, su cabo, era mi padre; todos ellos llevados en leva, ésa de la que Matías huyera por salvaje y porque él no tenía patrón, salvo la nauyaca del sur que era su madre, su hermanita, el gran amor que lo guiara en la vida y se la aquietara en la oscuridad cuando las nubes ocultaron a sus ojos que era noche de luna llena.

¡Maldito seas Matías! y contigo ese lamento entre el lodo y la lluvia de un Viento del Sur que ya no verás y que a mí me corre entre las orejas, sin un cafecito para acallar el odio, la inquina rugiente desde el vientre que me corre por las venas desde niño y que me trajo vanamente al lugar de tu casucha en la que el aironazo desató lentamente su evidencia. ¡Maldito seas Matías! ¡Maldito tú mil veces y contigo tu nagual: la nauyaca!

Dicen que Eraclio Zepeda lo afirmó. Que Matías ignoraba que ésa era noche de luna cuando vino la nauyaca cobijada por las nubes. Si yo supiera las letras no estaría aquí a la espera del amanecer con este mendigo viento que viene del norte y no tiene para cuándo terminar. ¡Maldito seas Matías! y contigo el ¡Vientooo! ¡Vientooo! que me escuece la garganta.

* Eraclio Zepeda Ramos. (24 de marzo de 1937-17 de septiembre de 2015, Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, México). Vientooo, páginas 225 a 240. Lo fugitivo permanece. 21 cuentos mexicanos. Selección y presentación de Carlos Monsiváis. Secretaría de Educación Pública; Biblioteca para la actualización del maestro, 1997.

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