Eva

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(Recogí tu nombre para que nadie más lo pronunciara y susurrarlo a la medianoche, después de la lluvia, cuando los grillos agitan el aire con sus chirridos.)

¡Gracias! por el irreflexivo mordisco al fruto vedado; por el abandono pregonero del repetitivo misterio por desentrañar y de la fugaz felicidad en la vida… porque con esa dentellada perdimos la beatitud y encontramos el efímero poderío de “ser”, logramos la liviandad y el retraimiento ante el abismo, bajo el cielo y en la húmeda profundidad de la caverna junto al ardoroso punzar de las cicatrices y la traza anónima de una sonrisa… por el sollozo que acompaña la historia mínima de las creaturas desde aquella mordedura inquisidora… por otro amanecer y otro cansancio para reinventar la noche al cerrar los ojos, vencedora lasitud al final de la jornada con resabio salobre y el tenue dulzor en el recuerdo… por el desliz, por tu piel al viento ―ondeante la cabellera―, por la menospreciada transpiración… porque tu falta propició nuestra estancia fragmentaria, porque tu terrible falla nos permite carcajearnos y suspirar, porque tu tremendo error nos dio la inquietud para alabar tu imperfección y la de aquel que, pusilánime, abandonó la culpa propia sobre unos bellos hombros de mujer… porque con tu yerro aprendimos que el pan y el vino son más sabrosos al compartirlos en la elección… por la primera mañana en la consciencia… por la primera aurora con el rocío por aureola y el placer de encender el fuego santo en el altar de la nueva vida, transmitida, acompañada y bendecida desde que fuiste la primera en abrir los ojos y disfrutar la materialidad del sueño y de la sed saciada en un río vertiginoso… por brindarnos el tiempo fresco de tu belleza y juventud, el sabor de un aliento adormecido en el paladar  y el dolor del parto cuando aprehendimos el primer lamento… por el tono de tu voz al nombrar a los animales, por tu apetencia ante el sabor de los frutos…  por tu cuerpo tostado bajo el despiadado sol… porque tus ojos enrojecidos arden bajo nuestros párpados y el temblor de tus manos invita a la perpetuación… A partir del castigo vivimos en plena desnudez la alegría de otra madrugada y el dolor crepuscular, diferenciamos lo diurno de lo sombrío y la respuesta a la duda sin la afirmación absoluta para revestir la escama con una pluma… por el arrumaco de tu voz silvestre en lo umbrío y lo ilimitado ―unas veces Adagio otras Largo―, por el sueño feraz trascendido a la vigilia… Por la sensación de estar, de ser, a partir aquel destello enceguecedor de saber:

Con la vergüenza velada

con pudibundo verdor eternizado,

cuatro huellas empolvadas

en platillo de la cajita musical

giran al ritmo de “El minuto”.

Tiempo aletargado en casta espera,

en cadencia pospuesta de un anhelo

―no era angelical esencia, ni maléfico temblor

[sólo era una mujer, sólo era un hombre]―

cuando el futuro estallaba en un minuto.

Fue un eco de la tentación, de la oración falsaria

―momento de iniciación o de burda experiencia―;

fueron noches en fuga vergonzante,

amaneceres de interminable novatez:

fue todo en un minuto y en un minuto, todo fue.

(¡Gracias! Eva.)

 

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