Lloviznaba desde el mediodía para crear la ilusión de un acharolado profundo; del toldo escarlata del Bar escurría una delgada cortina de agua sobre la banqueta adoquinada. Entré, en el pequeño escenario Olivia interpretaba alguna pieza de jazz distante a mi exiguo saber en tal género musical. Al entreabrir sus ojos, nos saludamos con una leve inclinación de cabeza. Ocupé el lugar acostumbrado y Lupita ―la mesera― entre formalidad y broma anticuadas interrogó: ¿Un whisky doble, sin agua ni hielos, porque no quieres ir al baño? Con una sonrisa acordamos la bebida, en tanto Olivia interpretaba un lento Summertime de George Gershwin ligado a un fragmento de Georgia on my mind, en la media luz del local distinguí ―dos mesas hacia la derecha― al bebedor de todos los días con su enfadosa pregunta de: ¿Me regalas un cigarro? Sentada en un taburete ante la barra, estaba una chica vestida de azul, semioculto el rostro con su larga y negra cabellera; frente a ella, un Martini apenas probado y dos copas cercanas distantes a su atención. Un galán caldeado con la tercera copa, balbució al cantinero, aquel destacó con un ademan la pequeña hilera de Martini sin tocar, insistió el interesado y así otro cóctel acompañó a los anteriores mientras Toño susurraba ante a la dama indicándole al seductor. La figura inmóvil mantenía la mirada en la bebida cercana; los ocupantes de una mesa cercana llamaban la atención del aspirante derrotado con sutil movimiento de cabeza: ¡no, no, no!
Sin terminar el whisky pagué a Lupita el consumo, me despedí discretamente de Olivia, el cliente impertinente levantó su mano con un cigarrillo entre sus dedos y sonriente me lo mostró triunfal; lo felicité con gesto de beneplácito. Salí a la misma noche y similar llovizna protegido a medias por aquel toldo escarlata. Poco después apareció la chica de azul, le cedí el taxi recién llegado.
Tiempo después regresé al bar. Ahí ya no atendía Lupita, el espacio y tiempo de Olivia lo cubría una creatura con más atributos físicos que talento, la chica de azul no regia desde el taburete frente a la barra, tampoco lloviznaba… Rápido le alcanzan a uno las ausencias con los recuerdos y, tengo para mí que el whisky solicitado ―sin agua ni hielos― era un destilado que desprestigiaba el término escocés.