El valor de la sangre

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“Usted es príncipe por azar, por nacimiento, en cuanto a mí, yo soy por mis mismo. Hay miles de príncipes y los habrá, pero Beethoven solo hay uno.” Dicho por Ludwig van Beethoven al príncipe Karl Alois, Príncipe Lichnowsky ―a quien dedicara su Segunda Sinfonía en Re mayor, opus 36―.

En el capítulo “Relación de dos culturas”: “Un gran aparato de reflexión ―e inflexión― ideologizada se fraguó a medias entre la malignidad y la ignorancia, a lo largo de los siglos, refiriéndose y engrosando como bola de nieve rodante, a propósito del uso del sustantivo mestizaje… El ‘mestizo’ era una de tantas categorías taxonómicas contenidas en varias tablas clasificatorias creadas durante el periodo virreinal. Se decía ser originalmente el resultado de la procreación entre españoles e indias. Después se agregó a la mezcla la presencia de africanos.

“En el Diccionario de Autoridades la definición de ‘mestizo’ se refiere  en principio a los animales. Y sin explicar el salto indica que en las Indias ya se debe aceptar ‘mestizos’ entre los religiosos a condición de comprobar sus capacidades. A finales del siglo XIX, el DRAE ya indicaba que el mestizo, ‘persona o animal’, era el resultado del cruce de ‘castas’ diferentes; hoy agrega: (“Del latín tardío misticius, mixto, mezclado) adj. Aplicase a la persona nacida de padre y madre de raza diferente, y con especialidad al hijo de hombre blanco e india, o de indio y mujer blanca. U.t.c.s. //2 Aplicase alanimal o vegetal que resulta de haberse cruzado dos razas distintas. //3 fig. Aplicase a la cultura, hechos espirituales, etc., provenientes de la mezcla de dos culturas distintas’. Esta última acepción figurativa no merece discusión y con certeza se puede demostrar que no existen culturas ni hechos espirituales que no provengan de la mezcla de culturas distintas. Ergo: todas las culturas son ‘mestizas’, a excepción de la mesoamericana en toda su historia hasta 1519.

“El uso del término ‘raza’ aplicado al hombre ya ha sido descartado por la ciencia y desde 1905 el valor taxonómico del término, que antes se creyó que tenía, fue eliminado en el Congreso Internacional de Botánica. Ya hay un consenso científico de que el término es inadecuado para referir a los grupos humanos y que hablando de éstos es correcto el uso de otro, el de etnia. Hoy la ciencia moderna estableció que biogenéticamente las razas son inexistentes respecto del ser humano y que su uso obedece a interpretaciones ideológicas e irracionales…

“Durante la etapa colonial novohispana y a finales del siglo XVII se aplicó el sistema de castas, ya no de razas, a la población mexicana. En la siguiente centuria se llegó a contar ¡hasta 103 castas! En uno de tantos cuadros clasificatorios y entre el recuento de 53 castas se encuentra la mestiza definida como el cruce de ‘blanco con india’.”[1]

“Siempre está herido el orgullo de un hombre nacido en una pequeña cultura.”
[Emil] Cioran.[2]

Mayorazgo. Medida económica practicada por las familias poderosas al pasar de la nobleza guerrera a la nobleza cortesana. Implicaba la concentración de los bienes familiares en una sola persona: el hijo varón mayor. La institución del Mayorazgo introdujo una clase perezosa, derrochadora, rodeada de vividores engreídos donde los segundones ―excluidos de los bienes familiares― buscaban una mejor situación en el clero, en el ejército, o en la corte, según refrán español… “iglesia, o mar o corte”. Al Siglo de Oro español lo infama el gran número de los hidalgos[3] pobres, ociosos y hambrientos, así, la segunda opción [mar], en la abierta, en la voraz competencia por las riquezas emanadas tras el “descubrimiento” de nuevas tierras dio origen a la piratería o al amparo de una “carta de corso” según la visión contrapuesta de los reinos constituidos y en conflicto. Ya en tierras accesibles y conquistadas de la posteriormente denominada América no era fácil asentarse con derechos plenos en estas “heredades” integradas a la corona española ya que, para considerársele “vecino” resultaba de suma necesidad su inscripción en el padrón, cinco años de asentamiento y, finalmente, recibir la aceptación tras probar, en ese lapso, su pertenencia y fervor a la Santa Madre Iglesia Católica Romana, no ser un indeseable o un delincuente ni tener vestigio de sangre mora o judíos, [de] portugueses y españoles, huidos de la tremenda persecución en contra de la “raza” deísta sin arrepentimiento, con el odio confeso y doctrinario de “todo buen cristiano”…. Tradicionalmente, a la primacía de la sangre la refuerza el mérito. La idea de que la nobleza, el linaje, la ubicación personal en la escala social es una realidad fijada por Dios encuentra, en su tiempo a detractores: “… porque la sangre se hereda, y la virtud se aquista y la virtud vale por si sola lo que la sangre no vale.”[4] Y otra punzante expresión: “Sábete, Sancho que no es un hombre más que otro si no hace más que otro…”.[5] Y una lapidaria afirmación: “Hay que estar ciegos o embriagados de un estúpido orgullo para creerse otra cosa que un animal muy poco superior a los demás.”[6]

Y en los resabios culturales y de ceguera personal omitimos que a la sangre de los naturales en estas tierras sumamos la de aquellos venidos ―legal o clandestinamente― de tierras hispanas, la esquilmada y negada de los africanos encadenados, porque uno no tiene ninguna certeza de la decencia y rectitud en lo ocurrido en el espacio y tiempo dentro del discreto ámbito de las recamaras privadas; menos en épocas convulsas o azarosas. Un apellido no garantiza la “nobleza” ni certifica la “pureza” de una sangre encumbrada. Los “pecados” inconfesos o ignorados en las sociedades ocultan infinidad de realidades momentáneas que nulifican la pretendida superioridad de un ser humano sobre otro.

En nuestra realidad republicana aún nos atrae saber un poco más de “La casa Iturbide”, por dos veces cercana a la perpetuación y la otra gran casa europea que, aun cuando inmortalizada mediante un origen convulso, mantiene privilegios y honra para sus miembros.

Y en el polo opuesto, entre la aceptación ancestral y el dolor al nacer una consciencia:

“Mi sangre aunque plebeya, también tiñe de rojo
El alma en que se anida mi incomparable amor,
Ella de noble cuna y yo, humilde plebeyo,
No es distinta la sangre, ni es otro el corazón.
Señor. Y ¿por qué los seres no son de igual valor?…[7]

“La dignidad humana… no depende del puesto que ocupa en la jerarquía social, de la fama, de los galardones, de cualquier pompa o fausto exteriores, sino de las calidades interiores del individuo… solamente hay dos categoría de linajes: la del hombre virtuoso, diligente y creador, de que él mismo se considera dechado y maestro, y la de quienes pasan su vida en una holganza estéril y corrosiva…”.[8]

La forma de vernos como persona, con las características físicas peculiares, defectos omitidos y distintivos añadidos, fue un proceso lento la valorización del retrato que perduró hasta los siglos XVIII y XIX con una rápida evolución y su sustitución ―en la manera realista― con la cámara fotográfica y su dinámica capacidad de reproducción y formatos: “… Los retratos dieciochescos de cuerpo entero nos hablan de un mundo en el que la persona era solo emblema del grupo al que pertenecía, una superficie de escritura, complementada, de manera general, por la cartela y diferentes símbolos que nos explican la ‘calidad’ social del retratado; los de medio cuerpo decimonónicos nos hablan de otro, radicalmente diferente, en el que la persona se ve reflejada en su cara, no el cuerpo como lugar de escritura, sino la cara como como reflejo de un ser individual único, por eso no necesita cartela, por eso los símbolos de condición son menos numerosos y por eso el rostro se convierte en el elemento central de la representación pictórica… El retrato se convierte así en testigo y reflejo de algunas mutaciones más radicales y de consecuencias más duraderas en el nacimiento de la modernidad: la aparición del individuo como sujeto social y el nacimiento de la nación como forma hegemónica y excluyente de identidad colectiva…”[9]

¿Entendemos con “claridad” el “mensaje” de un trabajo religioso, épicos, mitológicos, paisajísticos, costumbristas…? El retrato enfatiza: “éste soy yo”; el paisaje: “ésto poseo yo”; un bodegón, o Naturaleza Muerta: “ésto puedo yo”, “ésto disfruto yo”; el trabajo basado en la mitología o la historia asevera: “ésto creo yo”, el tema religioso dictamina: “éste es mi origen, mi trascender”… “El retrato en la pintura del Barroco supera las normas renacentistas y se hace más natural y realista…”[10] El cuerpo humano ―hombres, mujeres y animales― pierden su carne y adquieren valor de signo, pertenece al pasado, llegará al futuro para exponer un encadenamiento de poder. En la época barroca no hay desnudos y el retrato emblema desaparece en favor de lo individual hereditario.

“En México, el mestizaje comenzó en la península de Yucatán, cuando Gonzalo Guerrero y Jerónimo de Aguilar se incorporan a una comunidad maya después de que su embarcación naufraga en aguas del Caribe. El relato de Bernal Díaz del Castillo sobre la integración del primero a la sociedad indígena y su apego a los hijos engendrados es un ejemplo significativo de esta temprana mezcla biológica. Más tarde, consumada la conquista, el hijo procreado por Cortes y doña Marina es otro ejemplo bien conocido históricamente de la mezcla racial que alcanzaría con el tiempo proporciones significativas.”.[11]

Esta “mezcla racial”, en nada privativa en el devenir de éstas regiones aparece en todo fenómeno de migración humana, de intercambio comercial, de invasión, de conquista, para dejar en los estratos sociales apenas diferenciables por factores espurios una aristocracia a través de un gesto de superioridad en la posición y posesión de un poquito más que en el prójimo: índole, lenguaje y moda, espacio habitado, profesión…


[1] Luis Barjau. (Razas, castas, etnias). Voluntad e Infortunio en la Conquista de México. Ediciones El Tucán de Virginia, Instituto Nacional de Antropología e Historia. México, Distrito Federal, 2015. Páginas 175 a 177.
[2] Emil Cioran. Citado por Víctor Roura, “Codicia e Intelectualidad”, pagina 71. Editorial Lectorum, S. A. de C. V. 2004
[3] De fidalgo, y este de fijo dalgo; literalmente: “hijo de algo”. dle.rae.es Diccionario de la lengua española. Edición Tricentenario. Real Academia Española. Visitado el 24 de mayo del 2020. Aunque esta institución poseía sus complicaciones, pues había hidalgo de bragueta, de cuatro costados, de devengar quinientos sueldos, de ejecutoria, de gotera, de privilegio, de sangre, de solar conocido.
[4] Don Quijote a Sancho. Miguel de Cervantes Saavedra. Obras Completas. Don Quijote de la Mancha. Tomo II. Página 1652. Decimoséptima edición, 1970; citado por Ludovik Osterec, El pensamiento social y político del Quijote, pagina 125. Universidad Nacional Autónoma de México, Facultad de Filosofía y Letras, 1975.
[5] Miguel de Cervantes Saavedra. Obras Completas. Don Quijote de la Mancha. Tomo I. Página 1285. Decimoséptima edición, 1970.
[6] Guy de Maupassant. Relatos de viajes. Navegando. Página 1078. Obras Completas, Tomo I. Aguilar, S. A. de Ediciones. 1965. Ordenación,  prologo y traducción por Luis Ruiz Contreras.
[7] (Luis Enrique) El plebeyo. Vals peruano de Felipe Pinglo Alva editada en 1930 o 1931. La música original, perdida, aparece hoy con la partitura de otro vals argentino: “Mi Marta”. Pedro Infante, Fernando Fernández, Alicia Lizárraga,.. es.wikipedia.org Visitado el 22 de diciembre del 2020.
[8] Ver Ludovik Osterec. El pensamiento social y político del Quijote. Universidad Nacional Autónoma d México. Facultad de Filosofía y Letras. México, 1975.Sobre la nobleza, paginas 124-125.
[9] Tomás Pérez Vejo, Martha Yolanda Quezada. De Novohispanos a Mexicanos: retratos e identidad colectiva en una sociedad en transición. Instituto Nacional de Antropología e Historia. Conaculta. Museo Nacional de Historia. Primera Edición 2009, página 11.
[10] Ana María Benedicto Justos. El retrato en la pintura barroca. Escuelas y retratistas más importantes. Introducción página 3. caumas.org Visitado el 14 de enero del 2021.
[11] Carlos Serrano Sánchez. Mestizaje y características físicas de la población mexicana. Arqueología Mexicana número 65, páginas 64 65.

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