El intento

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Buscamos lo eterno en el aborregado arco del cielo para encontrarnos en el recodo donde ondula el idealizado río bullicioso de encanecimiento prematuro; la esperanza fútil disfrazaba el empeño oculto en la cueva fantástica del alborotador chaneque; junto a la imposibilidad, escaldó el roce de una mano para coartar el denuedo.

Hubo días buenos, beatíficamente luminosos, frases consumadas entre aromas aspirados, sueños bienaventurados con finalidad de compartirlos y una espantosa tortura en las horas de no vernos.

Latencia vibrante en la mirada sin remiendo ni temporalidad, anhelo de ser más en el otro y los dos los mismos al mismo tiempo; referencia con siete clavos en los cuerpos infinitos, una tonada ajena adoptada con naturalidad.

Quedan por responsos los amasijos de noches templadas y un mediodía glacial junto a una retahíla de torpezas; las frases enturbiadas con fingimientos por corazas fueron un saber llegado a destiempo con la edad.

Un segundo tras un minuto más, días encadenados a otros semejantes y en ello cursamos temporadas buenas —las menos— para compensar las malas mezcladas con penurias y desasosiegos.

Mientras los pájaros remueven el frío de sus alas

malogramos el ensueño y nuestro lucero matinal.

 

Somos caudas agoreras en elipses olvidadas,

caprichos del polvo con su impronta de espectralidad,

con temor a una ley impuesta por dos manos cálidas

donde aún reside el punzar del ideal de eternidad,

 

mientras los pájaros removían el frío de sus alas

perdimos el ensueño y nuestro lucero matinal.

 

Sin más, ausente el rencor, sin vergüenza ni aflicción, diremos que al menos lo intentamos sobre las muchas naderías en las que nos afanamos, pero, al menos lo intentamos y cosas del tesón: en cuanto a mí, aún conocido el futuro ya presente: lo intentaría otra vez.

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