Cicatrices

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Cuando coincidimos nuevamente

«… traía en el cuerpo y en la mente
una urdimbre de llagas impuestas
por otras manos, y en su mirada,
el ritmo quebrado de un tiempo prestado…»

… mostraba prietos arañazos, costurones evidentes y otros más invisibles para ella misma. Poco quedaba de lo vivido, de lo mirado y disfrutado cuando el sol brillaba para ambos y aquel momento del cuarto creciente surgido en sus ojos por la lluvia.

Su voz, casi de niña en el recuerdo era, a más de un zigzaguente sendero, un eco áspero, cansino, con afán de recuperar un tanto de la placidez perdida; vino con la huella de los múltiples tajos vibrantes en la mirada y la violencia contenida entre sus dedos.

¿Cuáles serían las palabras, los adjetivos para restañar las múltiples heridas con la oferta de una historia menor? Agotada la garganta tras repetir incansablemente la historia incomparable que desmoronó su poderío con la vulgaridad de una pésima sutura, no había verbo para recuperar el benévolo flujo invisible, estropeado en su esperanza.

Con su voz surgía el rumor profundo de un pasado bullente, estruendoso, con aroma y sabor a bilis que exige la reparación por quien eternizó con tajos despiadados un momento efímero; machaca con injurias, con el silencio adusto o el lenguaje soez inesperado. La antes cándida sonrisa es ahora rictus donde la hiel arrojada desde la bruma de una mente perturbada dejó su traza inclemente en los cercanos. Para evadir el dolor inventa un nuevo pasado, circunstancias diferentes y pecados asumidos; apila nuevas divinidades y asume capacidades riesgosas, todo en una mascarada para ocultar una señal repugnante, para rechazar la marca de la derrota personal con un discurso sórdido y el rechinar de dientes.

—oOo—

Cuando la vi después de muchos años, traía en el cuerpo y la mente la impresión morbosa y el ritmo de otras manos, el rescoldo acre de una historia deshojada ya sin el «tú» que durante algún tiempo hizo del par la unidad. Sólo la ulcerada verdad quedaba de lo compartido, del gozoso tuyo-mío-nuestro cuando lo diurno era espera y cuando hubo un cuarto creciente surgido de entre la lluvia para aureolar dos cabezas unidas.

No sirvieron las palabras mesuradas para curar el daño y en el zarandeo de una realidad a otra rechazó un mísero esbozo de esperanza. No hubo apoyo porque despreciaba los vocablos adecuados en aquella nueva vida prolija en interjecciones… En su regreso sin reencuentro están visibles las múltiples y profundas cicatrices que hacen de la distancia y del tiempo momentos diferentes. Tras su ¡adiós! guardé solamente las fechas gratas y pocas, algunas hojas blancas en el álbum.

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