Bocetos

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Oriente.

Clama el caracol, da la bienvenida a la presencia sobre alas de águila, vibra por los riscos y en las arboledas hermanadas al destello de los loros, de sus entrañas flamígeras surgen los héroes⁄colibríes y el aromático Canto de la Vida.

Norte.

Yacen apelotonadas las sombras ―agotada la esperanza― sobre el sendero nuboso. Silenciado el pálpito, transitamos cansinamente, ya sin huella, con el batir de los mosquitos entre los helechos, el ulular de un búho ancestral y un amargor macerado en la garganta.

Poniente.

Desandamos la traza de los guijarros para acudir al círculo radiante en donde el percutir en los tambores y el murmullo de una flauta destemplada imitan el rumor del gran rio. Desplazada la luz ―por un oscuro viridina―, la casa del conejo alegra a la Tierra olorosa a la flor amarillo/naranja agitada por el aleteo de las mariposas y el arrullo de una cascada lejana.

Sur.

Agotado el peregrino ―desalado, macilento― ensordecido por el fragor del trueno en las coyunturas, los cascos del corcel cantan al viento; allí aletea el tucán y vibra el aroma de una flor roja sobre un pecho núbil donde vibra una apariencia cometaria.

Centro,

Piedra verde, palpitante entre los juncos, y el bullicio de los grillos y las chicharras entre los rizos de una columnita de humo henchido de dolor.

Verdad fluyente para cruzar la brecha de lo bajo y lo superior: rodela en el baile y para el canto.

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