Hubo un tiempo cuando no había espacio para más estrellas en sus ojos y las palabras púberes cabían en el mínimo diccionario entre dos palmas unidas.
Ese silencio no era la mitad del olvido. No hay rencores ni dudas, no quedaron huecos por llenar, lo que les complació fue suficiente para quienes poco o nada sabían de la vida más allá de reinventar torpemente el motivo para estar el uno al pendiente del otro. Fueron buenos días sin medir la cantidad, sin que la calidad comparativa empañara aquel “por siempre” apetecido puesto en las comisuras de unos labios sonrientes a fin de enriquecer las horas de ausencia con una promesa de regresar en un cercano mañana.
Quizá de madrugada llueva aquí y también en el prado que la cubre, quizás él olvidó por un tiempo otras fechas importantes, pero el once de enero era su día y en algún lugar vibrará la canción que era su gusto. Porque hubo un tiempo en que no cabían más estrellas en sus ojos, ni una vez más el nombre de ella en el cuaderno, cuando sin promesas la vida yacía en una taza con café junto a un platito con un trozo de pastel compartido y un gesto de tal vez mañana, acaso mañana… en tanto el anciano pianista de “Le Rendez vous” complacía diestramente con alguna de las obras de Chopin.
Y hubo otro tiempo cuando sin lágrimas escurrió el tiempo y el silencio acalló la tonada; hubo un día en que alguien ya no pudo más, confundió el tacto de unos dedos, desmoronó el pasado entre las formas de las nubes sin saber qué es lo que extraña su mente errante para llegar el primer once de enero sin aquel Nocturno. Aun así, todo aquello fue para ellos una bendición y no hay lamentos en donde el hueco protege un guiño de ternura ni preguntar por qué los árboles aún florecen y si en algún lugar estará la cajita de música ya estropeada.
Carentes de madurez para al dialogo, a su juventud le falló al futuro, acaso les faltó mucho más por descubrir de echar la moral a un lado: lo que fue lo merecieron, lo que no sucedió ni para qué dolerse. El temblor era el límite y las palabras no vinieron en su ayuda. Fue una época de inicio y para aquellos dos fue la mejor. Y llegó otra temporada de lluvias cuando sin lágrimas escurrió el tiempo y el silencio acalló la tonada, cuando él esquivó la calle hacia su casa y la distancia fue constancia. Hubo un día en que alguien ya no pudo más y llegó el primer once de enero sin aquel Liebesträum (el número 3* de Liszt). Aun así, todo aquello fue una bendición… porque la melodía de ella
«They say that all good things must end someday
Autumn leaves must fall…**
que para él con su pobre bagaje de inglés encerrara un misterio y para ella una profecía, aún deshilacha un futuro no consumado y un tránsito inacabable hacia el olvido.
Este es sólo un regalo de cumpleaños repetido en todos estos años desde que te fuiste a olvidar los sueños. Y aunque estarás ausente él intentará no estropear tu melodía en beneficio de aquel tiempo lozano que todavía posee dos nombres casi infantiles y mucha gratitud.
*Una disculpa por el espacio añadido, pero no resistí la tentación de anotar el fragmento del poema de Ferdinand Freiligrath, base que originó este, el tercer «Sueño de amor» para piano de Liszt Ferencz (S/G541):
O lieb, si lang du lieben kannst! / ¡Oh, ama, ama mientras puedas!
O lieb, so lang du lieben magst! / ¡Oh, ama, ama mientras sea tu gusto amar!
Die Stunde kommt, die Stunde kommt, / ¡Cercana está la hora, cercana está la hora
wo du an Gräbern stehst und klagst! (…) / en que de pie ante la tumba te lamentarás! (…)
**Este fragmento pertenece a la canción «A summer song» creada por Chad Stuart, Clif Metcalfe y Keith Noble para el álbum «No tears for Jhonnie» en julio del 1964 para el dúo vocal inglés Chad & Jeremy.
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