Para compartir los avances del libro en el que trabaja actualmente el escritor y periodista Juan Villoro, presentó la conferencia: “El caos no se improvisa. Instrucciones para sobrevivir en la Ciudad de México” en las instalaciones de El Colegio Nacional.

La obra que continua inconclusa es un homenaje a las crónicas del escritor Jorge Ibargüengoitia, quien registró el pulso de la ciudad en primera persona desde las páginas del diario Excélsior entre 1969 y 1976.

“El tipo de narrativa de Ibargüengoitia nos autorizó a muchos de sus lectores a tratar de escribir temas que tenían que ver con lo cotidiano, a diferencia de articulistas que se ocupaban siempre de los asuntos políticos o de aquello que debía figurar en las 8 columnas de la portada (de un periódico). Jorge Ibargüengoitia podía hablar de la calle donde vivía y como al cambiar el sentido de esa calle cambiaba el sentido de su vida. Escribió una crónica sobre sus goteras y recuerdo que decía que, tal vez, por haber nacido en el mes de Acuario siempre había tenido problemas con la humedad. Así llevaba a los lectores a tener una diferente visión de la Ciudad de México”, comentó Villoro, ganador del Premio Herralde 2004, por su novela “El testigo”.

Entre los temas que el escritor ha plasmado en su texto y que compartió con el público asistente, se encuentran: El trato de las reliquias de los próceres, la burocracia o teología de los trámites y los hábitos alimenticios de los habitantes de la metrópoli.

“Sobrevivir en la Ciudad de México es tan difícil que atañe a los muertos y atañe a los muertos ilustres. Una de las características de la Ciudad de México es el peculiar trato que hemos tenido con las reliquias, cómo sobreviven ellas y de qué manera se encuentran en la Ciudad de México. Cuando una ciudad tiene vida auténtica, la gente sabe a dónde ir a festejar sin ponerse de acuerdo previamente; en la capital, ese sitio es el Ángel de la Independencia, lo curioso es que se trata de un mausoleo, la tribu celebra las glorias deportivas, ante quienes ofrendaron sus huesos por la Patria, prueba involuntaria de que nuestros trofeos son tan transitorios que pertenecen al arte funerario”, relató el articulista del periódico Reforma.

¿Qué tan sano es lo que compramos en una esquina cualquiera? -cuestionó- en el planeta hay vida gracias al agua, en México beber agua puede costar la vida, lo que ha llevado a inventos de alto ingenio. “¿Podemos confiar en una gelatina callejera? de nada sirve perder el tiempo preguntándole al vendedor si fue hecha con agua hervida, una gelatina cumple con normas de sanidad si está en una vitrina, aunque resulta muy incómodo ir por la ciudad cargando pequeñas cajas de cristal, recipiente que certifica la calidad de la temblorosa golosina”.

Acerca de los hábitos alimenticios de los transeúntes y la relación con la salud dijo que es meramente visual. “No nos convence lo que sabemos sino lo que miramos, por eso es que existen los raspados, basta ver el sudoroso bloque de hielo del que provienen para recordar que las bacterias no por ser microscópicas dejan de existir, pero el color de los jarabes tranquiliza de inmediato. El rojo es tan intenso que sugiere una transfusión y el verde alude con tal entusiasmo a la clorofila que no piensas que te infectarás, sino que harás la fotosíntesis”, describió quien es miembro de El Colegio Nacional desde 2014.

Al final de la charla, el escritor mexicano lamentó que la urbe esté enfocada hacia el consumo -lo que se refleja con la proliferación de centros comerciales-, además de la falta de espacios seguros para la reunión de sus habitantes.

Recordó las palabras del Premio Nobel de Literatura, Octavio Paz: “La identidad nacional es un valor imaginario que compartimos transitoriamente (…) Porque hay muchas maneras de entender la identidad y esta identidad se modifica con los hechos (…) El mexicano no es una esencia, sino una historia”.

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