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jueves, marzo 28, 2024

El licor de los reyes (Primera parte)

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Es afirmación actual de los antropólogos e historiadores especializados que la identidad y los atributos del personaje llamado Quetzalcoatl nacieron entre las comunidades nahuas asentadas en las cuestas colindantes con la Huasteca, amplia región desde donde el culto a los númenes del pulque fuera llevado etapa a etapa, en los movimientos grupales,  hasta llegar al sitio donde los señores se convierten en dioses: Teotihuacan.

Desde la era semiolvidada en la huasteca era practicado el juego del tochtecomatl (el tazón de los conejos) en él, reunidos los cuidadores de los templos de los dioses del pulque simbolizaban la presencia de los “cuatrocientos conejos” (tzentzon totochtin), es decir, las numerosas  divinidades relacionadas con el pulque, y era durante este ritual —dedicado a la deidad y dirigido por uno de los sacerdotes que recibía el mismo título o nombre: Patecatl— que retomaban la leyenda del descubrimiento del pulque por Mayahuel, Patecatl y otros muchos, cuando ya preparado el brebaje recién descubierto  éstos invitaran a los viejos y viejas principales a una gran comida de celebración en el monte Chichinauhia.

Y dice la leyenda que era mujer (Mayahuel) la primera que supo cómo agujerear los magueyes para sacar la miel y que el primero en hallar y añadir las raíces adecuadas para lograr su transformación en la bebida divina era el llamado Patecatl que en el monte Chichinauhia, ellos, junto con Tepuztecatl, Quatlapanqui, Tliloa, Papaztactzocaca inventaran el pulcre.

A la luz de las complejas concepciones de los antiguos pobladores de los innumerables pueblos agrícolas, un vínculo estrecho ligaba a la vegetación y sus ciclos con el recorrido y transformaciones de Meztli (la luna) cuyas fases y eclipses fueron estudiados cuidadosamente por los astrónomos desde la época de los mayas.

En “La vida cotidiana de los aztecas” (FCE, 1980), Jacques Soustelle asienta que estos grupos humanos regulaban su vida con los presagios entresacados del tonalamatl “… el que nacía bajo signo el 2 tochtli sería borracho…” y era necesario ajustar la fecha  para evitar el destino nefasto “… porque este octli y esta borrachería es causa de discordia y distensión, y de todas revueltas y desasosiegos de los pueblos y reinos; es como torbellino que todo lo revuelve y desbarata…” y así, nadie deseaba para su progenie tal mancha.

Respecto a los “cuatrocientos conejos” (tzentzon totochtin): “Se consideraba que el conejo representaba a la luna, porque los mexicanos veían en las sombras del astro nocturno la forma de este animal. Al fin de las cosechas se celebraba a estos dioses campesinos por medio de banquetes en el curso de los cuales el octli corría a raudales: así se convirtieron también en dioses de la embriaguez.”

En la leyenda el octli aparece como la vía propicia para la derrota de Quetzalcoatl a quien sus enemigos  logran embriagar con el licor bebido en cinco vasijas y en la inconsciencia de la embriaguez caer en pecado.

Es en los primeros días del doceavo mes, denominado Teotleco, “La llegada de los dioses” era el periodo durante el cual los jóvenes enramaban los altares de todos los dioses para recibirlos después de su largo peregrinar, les lavaban los pies  y en su honor el pueblo comía tamales, en tanto, a los ancianos les otorgaban las cuencas de pulque para celebrar la compañía de las entidades divinas.

Entendidos de la proclividad al consumo inmoderado de la bebida entre los pobladores, los mexica establecieron lineamientos represivos sumamente severos: “… y si parecía un mancebo borracho públicamente o si le topaban con el vino (octli), o lo veían caído en la calle, o estaba acompañado con los otros borrachos… si era macegual castigábanle dándole palos hasta matarle … o le daban garrote delante de todos los mancebos (del barrio) juntados, porque tomasen ejemplo y miedo de emborracharse; y si era noble el que se emborrachaba, dábanle garrote secretamente.”

Jacques Soustelle amplía sobre las leyes en contra de la embriaguez al asentar que”… las ordenanzas de Nezahualcoyotl castigaban con la muerte al sacerdote sorprendido en estado de ebriedad, y lo mismo al dignatario, funcionario o embajador que se encuentre borracho en el palacio; el dignatario que se haya embriagado sin hacer escándalo recibe por ello un castigo no menor, pues pierde sus funciones y títulos. Al plebeyo sorprendido en estado de ebriedad se le exponía la primera vez a las rechiflas de la multitud mientras se le rapaba la cabeza en la plaza pública; en caso de reincidencia se le castigaba con la muerte, pena que correspondía a los nobles desde la primera infracción.”

depre 943 El pulqueLa penalización —basada en un principio de productividad— tenía su contraparte en la permisividad a los huehuetque (los ancianos), a quienes en razón de su edad y experiencia, cada uno por ello mismo era: “Respetado por todos, daba sus consejos, amonestaba y advertía. En los banquetes y comidas familiares podía, finalmente permitirse embriagarse sin temor con octli en compañía de los hombres y mujeres de su generación.”, consumo extendido a favor de aquellos individuos a quienes sea por compra, captura en las “guerras floridas”, voluntarios, esclavos, y a los nombrados ixiptlas (representantes de los dioses) a quienes les beneficiaban con el aturdimiento propiciado por el licor o con alguna sustancia alucinógena. Es quizá, esto último uno de los aspectos “demoníacos” por los cuales, ante la nueva visión, la bebida recibió el descrédito e imagen de corresponder a práctica viciosa de la hez en la sociedad, del peladaje, licor del “ganapán”, del sector inculto: de los miserables.

En la página 160 de su trabajo, Soustelle anota: “Nos encontramos aquí en presencia de una reacción de defensa social, de una violencia extrema, contra una tendencia igualmente violenta: el transcurso del tiempo lo ha demostrado, pues en cuanto la conquista hubo destruido las estructuras morales y jurídicas de la civilización mexicana, el alcoholismo alcanzó entre los indígenas un desarrollo prodigioso.”

Jacques Lafaye en “Quetzalcoatl y Guadalupe”  (página 119, editada por el FCE 1983), asienta: “Estos dos textos de Sigüenza y Góngora (el autor refiérese a ‘Paraíso Occidental’ y al ‘Alboroto y motín de México del 8 de junio de 1692´) nos permiten medir exactamente la distancia entre lo maravilloso criollo y la realidad mexicana, y entrever el abismo que separaba a los indios emperifollados encaramados sobre arcos de triunfo barracos de los indios hambrientos que lapidaron al arzobispo y al Santo Sacramento, antes de incendiar el palacio del virrey. Con una falta de perspicacia notable en su espíritu tan amplio, don Carlos (como suele ocurrir) compartió totalmente los prejuicios contra los indios de su medio social, atribuyendo a los efectos del pulque o licor de agave todo el drama y pensando que se evitarían eficazmente nuevas asonadas prohibiendo por completo el pulque en Nueva España. Este letrado tan hábil para revivir a los indios del pasado, prefirió apartar su mirada del indio de su tiempo.”

Por su parte, Reina Cedillo Vargas y Antonio Gudiño Garfias, en “Presencias y encuentros” (página 232, INAH/DSA, 1995) informan que  la actual calle de Perú llegó a conocerse con el nombre de “Calle de la Pulquería de Celaya” porque en ella estaba antiguamente el establecimiento que abriera su primer propietario con ese apellido sin que sea posible asentar la fecha de su apertura al público aunque “se sabe que lo hizo por muchos años, pues en 1753 los alcaldes del crimen de la Audiencia de Nueva España, ante la proliferación de los expendios de pulque y las quejas de los vecinos por los escándalos que ocurrían en ellas, decidieron limitar el número de establecimientos a 35 y repartirlos por cuarteles con un inspector encargado de vigilar que se respetara el orden.”

Poco adelante en el mismo párrafo, los autores determinan que fue en ese mismo año de 1735 cuando  “… al dueño de la Pulquería de Celaya, don Vicente de la Rivera, se le concedió licencia para terrarla y poblarla de acuerdo con el nuevo impuesto del pulque blanco, estableciendo las condiciones en que debía expenderse: tenía que ser puro, sin mixtura de ninguna especie ni nada que pudiera mudar su natural calidad, el horario de venta sería de sol a sol, las mujeres permanecerían afuera y los hombres adentro, quedó prohibida la venta de almuerzos, envueltos y comidas, además de la música, el baile y demás escándalos.” y eran punto de reunión para gente “de todos los estratos sociales: frailes, toreros, actores, ´niños bien´, comerciantes y el pueblo en general.” En cuanto a la ubicación de las mujeres fuera del expendio, la recomendación toma fundamento en la antigua creencia de que el pH propio de la mujer durante sus periodos menstruales alteraba las propiedades del nehutle, del tlachicotón, de la bebida nutritiva a la que “sólo le falta un grado para ser carne” y que a más del placer en la convivencia entre los iguales, posee atributos afrodisiacos —por si algo le faltara—.

Aclaran los autores que al fondo del “jacalón de cincuenta varas de largo por quince o veinte de ancho” (la vara mexicana correspondía a 0.8380 metros cada una, lo cual nos da aproximadamente un espacio de 41.90 x 12.57 o 16.76 metros)…se vendía el pulque y sobre la pared estaban las repisas donde se guardaban los vasos verdes y de pepita, que se fabricaban en Puebla los cajetes, los cubos de palo para las entregas a domicilio y los cántaros porosos. En el suelo se jugaba rayuela, tuta y pítima; a un costado se ponía la enchiladera.”, entendiéndose que esto último sucediera en el exterior del establecimiento, dadas las disposiciones arriba asentadas.

La debacle del pulque como bebida aristocrática y repudiada a la vez que toma estigma de licor del lumpen, manejo insalubre durante la fermentación y un largo etcétera de calificativos para denigrar su consumo,  inicia hacia 1827 cuando Justino Tuaillón abre en la calle de Revillagigedo su fábrica para elaborar cerveza, “amiga del estómago”, “apta para el consumo familiar”, “totalmente higiénica”, y, sobre todo otorgándole el calificativo irrebatible de: “moderna”, aunque, curiosamente, unos poco antes, en el mismo año del fin de la guerra, firmada la Independencia de México, los diarios de la época informaban que, dentro de las adecuaciones económicas de la naciente nación imperial a través de su regencia: “…Disminuyó la alcabala del pulque…”

Durante el año de 1869, José Obregón (1838-1902) —pintor mexicano discípulo de Pelegrín Clavé en la Academia de San Carlos— realiza su óleo sobre tela “El descubrimiento del pulque”, trabajo que, en plena efervescencia  de recuperación nacionalista, ambienta la escena de la presentación de la bebida en el palacio del rey de Tula (Tecpalcantzin), de la época esplendorosa de los tolteca, tema al cual pocos realizadores le niegan su atención en las artes mexicanas: de menos en su alegórica imagen del maguey.

jerez-0003Todavía durante la etapa del porfiriato era bebida consumida aún por la alta sociedad de su tiempo y producto del satisfactorio rendimiento  económico en las haciendas de los encumbrados, centros de reunión y convivencia a través de comilonas, según asienta Alfredo Chavero, y resulta, a más de su origen indígena, una mácula extra en la genealogía del consumo del pulque.

Y si la memoria no falla, Marco A(urelio) Almazán en su recuento de los lugares de esparcimiento en “El cañón de largo alcance” (1970) destaca los nombres jocosos de estos establecimientos a semejanza de “El recreo de los de enfrente” antiguamente ubicado en contra esquina de la actual Asamblea, antiguo espacio para los legisladores. En la actualidad, un censo rápido constreñido al Distrito Federal da por resultado un total de 57 pulquerías autorizadas y algunas más ausentes en este total ya que al menos a la vista  faltan 3 o 4 de las cercanas —en el espacio más o menos céntrico de la Ciudad—, y estos locales aún mantienen lo rebuscado y gracioso de sus nombres que va desde “El recreo” (en el centro de la ciudad), “La unión de los amigos” (en el norte) a “Los hombres sin miedo” (en la parte oriente de la megalópolis).

El pulque (octli) es el líquido obtenido de la raspadura del maguey (particularmente del agave atrovirens) denominado aguamiel y del cual —tras el proceso de fermentación— proviene el socialmente demeritado pulque. Su historia es apasionante, compleja, alimentada con grotescos mitos en lo referente a su fermentación, vilipendiado… sintetiza prácticamente las posiciones partidistas durante los movimientos sociales en nuestra nacionalidad esquilmada.

“En Zultépec (Tlaxcala), centro de control político, económico y religioso de la región, se cultivaba, principalmente, maguey y otros productos agrícolas y se explotaba la madera. Del metl o maguey se obtenía primordialmente pulque, bebida sagrada que posiblemente era enviada en grandes cantidades a Texcoco, para ser utilizada en diferentes rituales celebrados en los templos.”, asienta Enrique Martínez Vargas en su artículo Zultépec-Tecoaque… página 52 en el volumen XI, número 63 de Arqueología Mexicana del INAH.

El despreciado maguey (metl en náhuatl), por sí mismo, bien exige un espacio mayor bajo el trato de un especialista, ello derivado de su compleja estructura, propiedades múltiples y simbolismo enraizado en el inconsciente colectivo nacional: esta planta —propia de tierras áridas— evita la erosión, poco es su requerimiento de agua y casi nulo el cuidado en su cultivo, a más de proveer del líquido asociado a una concepción de la vida diaria con reflejo en la malograda eternidad de los trece cielos casi desaparecido entre la violencia, el prejuicio y el desprecio: el pulque,  industria que después de la minería era de las más productivas en tierras novohispanas, origen para el flujo económico desde las encomiendas en beneficio de la Casa Real en España y que aún en nuestros días produce riqueza a cubierto con el elegante manto del turismo en los estados de Tlaxcala, Hidalgo, de México… : el octli, el licor que posee rostro de conejo.

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