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En la década de 1970 un grupo de artistas rebeldes de Nueva York, aprovechando la oscuridad, se colaba en los andenes donde se guardan los trenes del subterráneo y con aerosoles pintaban grafiti en los vagones parados. Exasperaban a las autoridades, pero sus atrevidos diseños inspiraron a los artistas callejeros lejanos y de todo lugar.

El grafiti de hoy ha salido del subsuelo y es expuesto en murales de lugares públicos, vendido en galerías y reproducido en libros de arte. Lee Quiñones, un celebrado artista de los subterráneos ahora pinta en telas en su estudio de Brooklyn, pero cree que su misión es la misma: crear arte que ponga a la gente en movimiento.

Quiñones habló de su carrera en una charla por vídeo con artistas y músicos callejeros congregados en la embajada de Estados Unidos en Ouagadougou, Burkina Faso.

La audiencia lo llenó de preguntas sobre su trayectoria, de pasar del subterráneo para llegar a ser un emblema cultural. “Tú comenzaste como un vándalo. La gente te consideraba un héroe. Ahora ¿qué piensan?”, le preguntó un artista.

Quiñones, de 55 años, que nació en Puerto Rico, dice que todavía se siente como “un vándalo creativo”, incluso cuando sus obras de arte han llegado a galerías y a la gente le ha entrado “mucha nostalgia por ese movimiento artístico”. Le tomó bastante tiempo aprender a “navegar las aguas de la aceptación” afirmó el artista vanguardista.

Afirma que ya sea en los museos o en los subterráneos el poder del arte hace que todos escuchen, como cuando un vaso se quiebra en un restaurante. “Todo el mundo deja de hablar y comienza a buscar a ver de dónde vino el ruido. Eso es lo que el arte hace. Es un recordatorio silencioso y vivaz de nuestros tiempos”.

Siendo joven, con un aerosol en la mano, Quiñones jamás imaginó que estaba ayudando a hacer nacer un “movimiento de arte global”.

A través de los años y las fronteras él y los artistas de Burkina Faso hallaron preocupaciones comunes. Varios artistas hablaron de su papel en un país que confronta profundas divisiones y problemas políticos.

“Lo que me impulsa a mí es cambiar las cosas”, dijo uno. “Tenemos que ser parte de la solución, porque las soluciones no van a venir de nadie más. Dependen de nosotros”.

Un segundo artista hizo eco de ese sentimiento. “Todos necesitan poner algo sobre la mesa. Ese es el significado de ser un artista y un activista. Uno aboga por algo”.

Pero un cantante dijo que “no se trata simplemente de estar triste o sobre lo que va mal en la sociedad. Es una manera para que nosotros compartamos emociones y sentimientos. Al principio uno lo hace por sí mismo, pero cuando a la gente comienza a gustarle y empiezan a escucharte, entonces lo haces para todos”.

Los artistas invitaron a Quiñones a su festival anual del grafiti. El agradeció la invitación y expresó su esperanza de poder algún día colaborar con ellos en un mural.

Su arte en los subterráneos ya se perdió hace tiempo, cubierto por otras pinturas poco después de la creación de las pintadas. Pero sus pinturas tienen demanda, y espera que algún día se muestren en los museos “donde todos pueden compartir la conversación artística”.

Pintar grafitis en los trenes del metro, en los puentes y otros lugares públicos es todavía ilegal, pero en la actualidad no es raro que las ciudades asignen espacios para que los artistas hagan sus obras. Quiñones ya no se cuela en los andenes de los trenes, pero dice “que hasta el último suspiro en su vida seguirá siendo el adolescente más viejo del mundo”.

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