¡Al modo mexicano! fue una frase que acuñaron los intelectuales de finales del siglo pasado para traer a esas épocas la grandeza de la cultura nacional, perdida en décadas anteriores ante el embate extranjerizante de la vida moderna y como preámbulo a la lucha que llevaría México dentro de la inminente integración a la globalización, en especial con sus vecinos de América del Norte.

A todo lo gubernamental, los intelectuales de esos entonces le daban la denominación de ¡Al modo mexicano!, aunque, en la realidad, se tuviera ya una mescolanza entre lo auténtico nacional y algunas acotaciones de otras culturas, en especial, la estadounidense e, incipientemente, algunas orientales más que europeas que, en forma curiosa, comenzaban a penetrar en el país.

Ahora, con el arribo del gobierno federal, de corte nacionalista más que izquierdista, a cuyo frente está el presidente López Obrador, el ¡Al modo mexicano! toma nuevos aires y, cobijado por la supuesta austeridad, esta noche tuvo un pasaje más que ilustrativo.

En efecto, después del tradicional Grito de Independencia, en Palacio Nacional se agasaja a los invitados con una cena especial para redondear la llamada Noche del Grito y exaltar el nacionalismo mexicano que la población lo vive en el Zócalo capitalino, la principal Plaza pública de la Ciudad de México.

Esta noche hubo platillos típicos mexicanos, porque así lo exige la austeridad republicana, impuesta por López Obrador. Las bebidas fueron aguas de frutas, de las que México es rico en estos bebestibles, a nivel mundial.

Curiosamente, esta celebración remite, directamente, a los tiempos del expresidente Luis Echeverría Álvarez (1970/76) cuando, igualmente, los invitados al Grito de Independencia (incluyendo al Cuerpo Diplomático, acreditado en nuestro país) saboreaban esos platillos típicos de la cocina mexicana. ¡Curiosa coincidencia! entre ambas administraciones a casi medio siglo de distancia.

La diferencia sería que en tiempos del echeverrismo no había austeridad, sino, por el contrario, despilfarro y se gastaba a manos llenas. Eran signos de los tiempos. Nacionalismo puro y a ultranza. Incluso, la esposa de Echeverría, María Esther Zuno, la “Compañera”, como le gustaba que le llamaran en las altas esferas y entre el pueblo, obligada a las esposas de los secretarios de Estado de los gabinetes legal y ampliado a vestirse esa noche con trajes regionales, propios de las diversas etnias que habitan el territorio nacional.

Ellas obedecían porque así se estila en la política, no porque estuvieran de acuerdo y algunas la llegaron a desobedecer.

Los siguientes mandatarios nacionales que siguieron a Echeverría, empezando por José López Portillo (1976/82), aficionado a la buena mesa, retomaron la tradición mexicana de ofrecer a los invitados especiales viandas internacionales y vinos de importación. Por esos tiempos, México aún no abría sus fronteras, por lo que todo tenía que traerse del extranjero o comprarse en la denominada “fayuca”, término económico aplicado a la venta de productos extranjeros que ingresaban al país en forma ilegal y clandestina, aunque todo mundo sabía de su existencia y conocía los mercados donde obtenerla.

Las cocinas francesa, española e italiana dominaban en la cena del Grito. Los vinos eran franceses, españoles, chilenos, alemanes e italianos. Todo para deleitar al mejor paladar del mundo.
Curioso. La vida da muchas vueltas. Ahora parece retornar a Palacio Nacional el echeverriato, al menos, en cuanto a matar el hambre de los invitados especiales a la ceremonia del Grito.
El eterno retorno de la existencia humana.

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