El anterior fue un adagio muy popular en décadas pasadas cuando México era más rural que urbano. Hace referencia a un comparativo entre el pasado reciente y la actualidad. Es lo más adecuado para conocer esas diferencias de los que fue y es ahora la Semana Santa.

La Semana Santa o Semana Mayor, como se le conocía también anteriormente, es el final de la Cuaresma. Esta semana inicia con el Domingo de Ramos y termina con el Domingo de Resurrección, fechas que son cambiantes, según el calendario eclesiástico que rige la vida de la Iglesia Católica.

Para los antiguos, esta semana era de meditación, recogimiento y oración; los templos se vestían de morado; el agua se conservaba, porque el aseo personal estaba prohibido. Eran días de ayuno y abstinencia de carne y las diversiones (aún las más sanas), igualmente, se suspendían. Jueves y Viernes Santos se matizaban con la visita de las Siete Casas y luego las conmemoraciones del Viacrucis con sus alegorías de las Siete Caídas y las estancias en las 14 estaciones, entre otras más celebraciones de esta temporada cuaresmal.

Eso ahora es ya casi historia. Se tienen breves reminiscencias, tan sólo. El morado, aunque se continúa en los templos católicos, ya es menos vistoso, porque ya no existen imágenes de los santos que los adornaban. Actualmente, ese color sólo lo ofrecen a los habitantes, urbanos y rurales, las jacarandas que cubren con sus pétalos el terreno donde están plantadas.

La Semana Santa pasó del rito religioso a convertirse en días de asueto generalizado durante el cual los paseantes viajan, de preferencia, a las playas para su solaz esparcimiento y quienes no cuentan con los recursos económicos suficientes para disfrutar esos lugares recreativo o no lo acostumbran van a lugares de provincia, preferentemente a visitar a sus familiares.

La modernidad ha hecho que también ahora los templos católicos tengan otros usos, hasta político-electorales, como el recientemente video de La Niña Bien, donde la actriz y entrenadora de fitness, Paulina Laborie, bajo el seudónimo de Almudena Ortiz Monasterio, promueve a un candidato a la Presidencia de la República, pese a que, según el Instituto Nacional Electoral de México (INE), árbitro de la contienda del próximo 1 de julio, está prohibido hacer campaña todavía en estos días.

Como recuerdo de esos ayeres quedan los espectáculos de la Pasión de Cristo en Iztapalapa, una Delegación (municipio) del oriente de la Ciudad de México, que anualmente reúne hasta 2 millones de visitantes y que mezcla la fe religiosa con el atractivo turístico, caso similar al que se presenta en Taxco, Guerrero, ciudad de por sí turística, ubicada en esta entidad del Pacífico sur mexicano, donde aún es posible observar a penitentes que, cubierto el rostro, se flagelan para expiar sus pecados en vida, un ritual desaprobado por la iglesia, pero vigente en esta localidad, conocida internacionalmente por sus orfebrería platera.

Aproximadamente, 70 por ciento de la población mexicana, estimada en 124 millones de habitantes, es católica, por lo que la celebración de la Semana Santa tiene lugar en casi todos los poblados del país, donde se conjuntan ritos romanos, judíos, prehispánicos y modernidad, que incluyen los llamados “Baños de Gloria”, una tradición propia de la Ciudad de México, que se daba en colonias populares, consistente en lanzar agua a cualquier paseante el Sábado de Gloria, como expresión festiva del término de la Semana Santa. Esta práctica actualmente es penada por las autoridades locales, pero aún se da en zonas muy especiales.

Así, México todavía conserva tradiciones antiquísimas (por cierto, no tan adecuada ni sanas) con los motivos modernistas del mundo global que, lentamente, va borrando a las primeras para alojarlas sólo en el imaginario popular.

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