En el verano de 1989 hice un viaje a Colombia, en gira de trabajo cubriendo la fuente presidencial. El presidente de México era Carlos Salinas de Gortari; el de Colombia, Virgilio Barco Vargas.

En el hotel de Bogotá, la capital colombiana, donde nos hospedamos, encontramos una rosa roja sobre la cama, como símbolo de bienvenida, y sobre el buró, una tarjeta con tres recomendaciones: no compre esmeraldas, no acepte cigarro que le ofrezcan en la calle y no camine solo más allá de la cuadra del hotel.

Eran los tiempos del reinado de Pablo Escobar, el más grandes de los capos de la droga en ese país suramericano, que convulsionó a Colombia en todos los órdenes de su vida. Por eso, las recomendaciones del hotel eran obvias, no requerían explicación alguna. Todo mundo conocía la situación que se vivía ahí.

Al leer los periódicos locales, me llamó fuertemente la atención que las informaciones sobre el narcotráfico hablaban abiertamente de nombres, rutas, métodos y todo los concerniente a esta actividad ilegal, hecho que contrastaba fuertemente con lo que sucedía en México donde escribir sobre el narcotráfico era todavía un tabú. Ni en la Ciudad de México, ni en provincia.

Eso era lo común en los medios informativos mexicanos; otra cosa, distinta, sucedía en la voz popular. Vox populi, vox Dei (La voz del pueblo es la voz de Dios), dice la conseja popular. Esto era totalmente cierto. Se hablaba entre la población y, sobre todo, se cantaba en los corridos norteños.

El corrido es la tradición cantada por el pueblo que magnifica hechos, personas y situaciones. A veces, en forma valiente y hasta exagerada. Es la voz de un pueblo que narra las hazañas, en especial, de personajes a quienes considera ídolos.

Tradicionalmente, se utilizaron para enaltecer, muchas veces, hechos heroicos de algún protagonistas; en otras, para narrar acontecimientos de honor, amor, desamor o venganza que, por lo general, terminaban en forma cruenta. Este canto popular, muy pronto, lo adoptaron los narcotraficantes para exaltar sus acciones.

Camelia la texana (Contrabando y traición es el título, pero más conocida como Camelia la Texana, escrita por Angel González, en 1972) El carro rojo y La camioneta gris fueron éxitos indiscutibles de Los Tigres del Norte que iniciaron ese giro de la canción popular. Siguieron otros más: El tamal, La suburban dorada, Clave 7, Los dos plebes y muchos más que interpretaron los mismos Tigres del Norte, Los Cadetes de Linares, Los Invasores de Nuevo León y un número inmenso de intérpretes.

Lo pegajoso de su música, los acordes y la letra, que en muchas ocasiones (hay que decirlo) rayan casi en lo poético, pronto dominaron el norte del país, región caracterizada por lo bravo de sus habitantes, la vida un poco rebelde a la cortesía urbana y lo agreste de su geografía fueron pasto fértil para este tipo de canciones.

Desde luego, el narcotráfico había sido abordado desde décadas antes. En el 68, Carlos y José, el afamado dúo nuevoleonés, ya había tenido éxito con su Corrido de la Amapola, donde daban cuenta de cómo el Ejército Mexicano recorrió toda la región del noroeste nacional buscando esta yerba. Lo diferente a los narcocorridos es que Carlos José daban una lección moral a quienes la cultivaban pidiéndoles dejaran ese negocio.

Estos narcocorridos hablaban, igual que sucedía en Colombia, de rutas de trasiego de la yerba, nombres, ubicación y contubernio de los cuerpos policiacos en el tráfico, aunque siempre se mantuvieron muy discreto al posible involucramiento de políticos, hechos que sólo se presentaron en fechas recientes, sobre todo por parte de Los Tigres del Norte.

Contrario a la explosión de los narcocorridos, la academia se mantuvo ajena a esta corriente social, pese a su amplia difusión en el norte del país.

El primer libro que se publicó en forma comercial fue el escrito por Jesús Blancornelas, titulado “El cártel de los Arellanos Félix”. Luego siguieron otros más. Entre estos títulos, se cuenta el de José Manuel Valenzuela Arce, sobre, precisamente, los narcocorridos, analizados desde una perspectiva social. Por supuesto, destaca “La reina del sur”, de Arturo Pérez Reverte, y otras más que ya es posible encontrar en los estantes de cualquier librería.

El negocio de las drogas, en forma legal o ilegal, ha sido una constante en la vida de México desde siempre, en especial, cuando su cultivo, distribución, comercialización y uso se criminalizó, aunque en los pueblos y ciudades pequeñas, donde todo mundo sabe a qué se dedica el vecino, se conocía este negocio, menos las autoridades encargadas de la lucha antinarcóticos.

“En qué trabaja el muchacho”, un éxito de Los Huracanes del Norte”, es lo más acabado de ese conocimiento popular. Todos lo sabían, menos las autoridades respectivas, o, al menos, eso se creía.

En materia de drogas, como en la venta de los ejidos o las relaciones Estado-Iglesia vuelven a poner de manifiesto que, como siempre: la realidad es más terca que las palabras.

Esta perspectiva pareciera arrojar mayor luz sobre la aceptación del uso de la mariguana para cuestiones médicas por parte de México, según los expuesto por Peña Nieto en la reunión sobre narcóticos, celebrada en la ONU.

Según diversos medios de información, Naciones Unidas cerró este jueves su primera cumbre sobre drogas en casi dos décadas dividida entre países que dan por muerta la llamada lucha contra las drogas y otros que se oponen frontalmente a dejar atrás esas políticas. Durante estos tres días de reuniones en Nueva York, América Latina se alzó como la voz más clara en favor de una nueva era en las estrategias globales antidroga.

Para muchos países de la región, una de las más castigadas por el narcotráfico, ha llegado el momento de cambiar de enfoque y sustituir las políticas represivas por otras que tengan en el centro los derechos humanos y las cuestiones de salud pública.

«Si hemos aplicado una receta basada principalmente en la represión por tanto tiempo sin resolver el problema, es hora de replantear el tratamiento», resumió hoy el presidente colombiano, Juan Manuel Santos.

Colombia fue, junto a México y Guatemala, el gran impulsor de esta sesión especial de la Asamblea General de la ONU (Ungass), una cita que ha reunido a todos los países del mundo para analizar el problema de las drogas.

«El consenso sobre la guerra a las drogas está muerto. Como deberían, los Estados miembros de la ONU están mirando a soluciones pacíficas para controlar las drogas», aseguró Steve Rolles, experto de la organización británica Transform Drug Policy Foundation.

Peña Nieto, al hablar en su intervención del martes pasado, defendió dejar atrás el enfoque prohibicionista y, este jueves a su regreso, anunció medidas concretas en ese sentido, entre ellas impulsar una reforma para autorizar el uso medicinal de la marihuana y dejar de criminalizar el consumo al elevar de 5 a 28 gramos la cantidad que pueden portar los ciudadanos.

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