Va por Wilhelm

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A la audición de la Sinfonía número 1 en do menor, opus 68 de Johannes Brahms —disponible en youtube— la ilustra una fotografía (correspondiente al año de 1954) del francés Jean-Philippe Charbonnier-Agencia TOP —el mismo que nos dejara una enternecedora imagen de Edith Piaf—, en ella quedan para un siempre deseable los rasgos del director de orquesta y compositor alemán Gustav Heinrich Ernst Martin Wilhelm Furtwängler (Berlín, 25 de enero de 1886, BerlínBaden-Baden 30 de noviembre de 1954), considerado uno de los personajes notables en la música del siglo XX, especialmente en la dirección orquestal a la obra sinfónica de Ludwig van Beethoven, Johannes Brahms, Josef Anton Bruckner, Wilhelm Richard Wagner, Béla Bartók, Paul Hindemith, Arnold Schönberg, Hans Pfitzner y Richard Strauss.

La obra teatral Taking Sides (1995), del literato inglés Ronald Harwood, es un acercamiento a la histórica imputación estadounidense en contra de Wilhelm Furtwängler por la supuesta pertenencia y actividad artística en favor del régimen nazi. En 2001 dicha obra fue la base para la coproducción Francia-Reino Unido-Alemania-Austria (Paladin Production / Canal+ / Maecenas / Studio Babelsberg / Little Big Bear Filmproduktion GmbH / Enterprise Films / MBP / France 2 Cinéma / Great British Films / Satel Film / Spice Factory). “Taking Sides” (titulada en español: Tomando parte, Tomando partido o Réquiem para un Imperio…, en alemán Der Fall Furtwängler, en francés Le Cas Furtwängler…) con 108/110 minutos de duración, dirigida por István Szabó adquirió, para su ambientación musical, el trabajo de Daniel Barenboim, del mismo Wilhelm Furtwängler y de Ulrich Trimborn; la fotografía corresponde a Lajos Koltai y el reparto lo integran: Harvey Keitel (un detestable Steve Arnold, el Mayor del ejército estadounidense, enviado a Berlín para interrogar a los integrantes de la Filarmónica de esa ciudad y a su director, Wilhelm Furtwängler, para demostrar su colaboración con el régimen nazi), Stellan Skarsgård (interpreta a Furtwängler), Moritz Bleibtreu, Birgit Minichmayr, Ulrich Tukur, Oleg Tabakov, Hanns Zischler, Armin Rohde, R. Lee Ermey, August Zirner, Daniel White, Thomas Thieme, Jed Curtis, Garrick Hagon todos ellos recrean parte del doble proceso de desnazificación (Viena y Berlín) en la que yace en la media sombra el denominado “joven K”, quien no es otro si no Herbert von Karajan con quien Furtwängler mantuvo permanente conflicto artístico y personal.

«Yo sabía que Alemania se encontraba en una terrible crisis; me sentía responsable por la música alemana, y que era mi misión el sobrevivir a esta crisis, del modo que se pudiera. La preocupación de que mi arte fuera mal usado como propaganda ha de ceder a la gran preocupación de que la música alemana debía ser preservada, que la música debía ser ofrecida al pueblo alemán por sus propios músicos. Este público, compatriota de Bach y Beethoven, de Mozart y Schubert, aun teniendo que vivir bajo el control de un régimen obsesionado con la guerra total. Nadie que no haya vivido aquí en aquellos días posiblemente pueda juzgar cómo eran las cosas. ¿Acaso Thomas Mann [quien fue crítico de las acciones de Furtwängler] realmente cree que en la Alemania de Himmler a uno no le debería ser permitido tocar a Beethoven? Quizás no lo haya notado, pues la gente lo necesitaba más que nunca, nunca antes anhelaba tanto oír a Beethoven y a su mensaje de libertad y amor humano, que precisamente estos alemanes, que vivieron bajo el terror de Himmler. No me pesa haberme quedado con ellos.” (Tomado de “The Furtwängler Record” del periodista estadunidense John Ardoin).

La producción musical personal de Wilhelm Furtwängler contiene: Obras para orquesta: Sinfonía n.° 1 en si menor; Sinfonía n.° 2 en mi menor; Sinfonía n.° 3 en do♯ Menor; Obertura en Mi♭ Mayor; Concierto Sinfónico para Piano y Orquesta; Música para orquesta de cámara: Quinteto para piano en Do mayor; Sonata para violín n.° 1 en Re menor; Sonata para violín n.° 2 en Re mayor y un Te Deum para coro y orquesta.

Al final del Réquiem para un Imperio, el Mayor Steve Arnold deja un comentario que, de ser cierto, marca con su vulgaridad y prepotencia la medida mental del “gran triunfador” en el aterrador conflicto bélico.

 

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