“No están solos”, mensaje de mexicanos a migrantes en EU

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Poco antes del mediodía comenzaron a llegar algunos contingentes de manifestantes al Ángel de la Independencia, el icónico monumento que, en los últimos años, se ha convertido en alternativa final de las protestas ciudadanas que, anteriormente, sólo tenían como meta el Zócalo de la Ciudad de México.

Eran las primeras expresiones de la marcha por la unidad nacional, denominada Vibra México, organizada por unas 60 asociaciones civiles y académicas, especialmente, y en la que participaron contingentes de la Universidad Nacional Autónoma de México (Unam), que es uno de los centros de educación superior más importantes de América Latina y que no participaba en este tipo de acciones desde meses previos al 2 de octubre del 68, y el Centro de Investigación y Docencia Económica (Cide), entre otros más.

Reportes informativos indican que a la marcha habrían acudido unos 20 mil ciudadanos, cifra no confirmada oficialmente, aunque sí se destacó el orden imperante en la columna de manifestantes que a las 12 horas había salido del Auditorio Nacional con rumbo al Ángel, distante unos 4.5 kilómetros, ambos puntos de partida y llegada, situados en la céntrica Avenida Paseo de la Reforma.

Paseo de la Reforma es una extensa vialidad capitalina que divide a la Ciudad de México entre norte y sur. Cuenta con una extensión superior a los 20 kilómetros que corre de oriente a poniente, cuyas prolongaciones unen al occidente, centro, norte, noroeste y noreste nacionales con la capital del país.

En su parte central, Paseo de la Reforma, construido durante el Porfiriato, es una copia de la parisina Campos Elíseos. Contiene en sus camellones centrales que bordean los ocho carriles automovilísticos, a bustos y estatuas de los principales héroes patrios de la Independencia, Reforma y Revolución, los tres hitos históricos que cimentan el desarrollo de México, como país.

Siempre ha sido la vía preferida de protestas antigubernamentales y, a veces, de manifestaciones cívicas de euforia nacionalista, aunque predominan las primeras. “Si quisiera impresionar a los habitantes de la Ciudad de México bastaría con que trajera unos 100 indios de Oaxaca y los pusiera a desfilar descalzos sobre Reforma”, me dijo en cierta ocasión Jenaro Domínguez, un líder indígena que desapareció del mapa político cuando surgió el subcomandante Marcos del Ezln, en Chiapas.

Ese es el valor escatológico de Paseo de la Reforma y su significado en los anales de la historia que citan como recuerdos vivos las marchas del 68, las de la reforma política de los 80s y las protestas sindicales contra el “charrismo”, algunas copiosas como las organizadas por la Tendencia Democrática, o las políticas del Partido Socialista Unificado de México (Psum), uno de los antecedente del actual PRD, del que se desprendió el actual Movimiento Regeneración Nacional (Morena), que regentea Andrés Manuel López Obrador, y cuyas huestes andan en permanente pleito no tanto por defender a la sociedad, sino porque tanto López Obrador como el perredista Miguel Ángel Mancera, actual jefe de Gobierno de la Ciudad de México (Gcdmx), pretenden ser candidatos a la Presidencia de la República. Por eso, las pugnas internas entre sus seguidores.

Bien. Hoy Paseo de la Reforma dio otro rostro. Distinto, indiscutiblemente. Sobre su viabilidad caminaron los manifestantes con una sola consigna: Unidad mexicana frente a los embates del gobierno norteamericano, encabezado por Donald Trump, y también, en defensa de los millones de compatriotas que residen del otro lado del río Bravo, quienes viven en estos días horas de zozobra y miedo ante las amenazas abiertas de deportación por su carácter ilegal.

Reportes internacionales señalan que muchos de estos compatriotas viven prácticamente en una especie de estado de sitio, encerrados en sus propios hogares sin poder salir de sus casas por temor a la deportación. Incluso, muchos miles ni siquiera ven noticieros televisivos, porque esto les ocasiona grave estrés.

Organizaciones norteamericanas e internacionales han expuesto una serie de medidas de protección a las que pueden acogerse los migrantes (legales o ilegales) en defensa de sus derechos, como una forma de tranquilizarlos. La medida no ha sido suficiente, porque el temor los ha hecho presa y muchos miles ya piensan en regresar a sus lugares de origen sin que, necesariamente, sean deportados.

Con leyendas insistentes de “Fuera Trump” y de apoyo a los compatriotas mexicanos radicados allá, los participantes en Vibra México mandaron el mensaje de estar con ellos en estos aciagos tiempos por los que atraviesan.

Caminaron, sobre todo, familias de la clase media de la Ciudad de México, aunque, por la hora de tránsito (el meteorológico situaba en 24 grados centígrados de calor, pero, como marzo es loco, según la consejo popular, soplaba un viento suave que mitigaba la alta temperatura), evitaron llevar a niños, pero se vieron algunos participando con sus padres; muchos hombre y mujeres adultos, al igual que miles de jóvenes. Todos ondeando la bandera tricolor. Algunos portaron banderas de luto (negro en lugar del verde y rojo, blanco con el águila en el centro) y con mensajes contra el presidente Enrique Peña Nieto (los organizadores dieron absoluta libertad de hacer esto último, a sabiendas que el principal objetivo era la unidad nacional).

No todos vistieron de blanco, como era el ideal de la convocatoria. Cada quien lo hizo a su modo, incluso los universitarios de la Unam muchos portaron playeras de los Pumas, el popular equipo de futbol soccer de la llamada Máxima Casa de Estudios, quienes rompieron la serenidad solemne para lanzar sus clásicas porras del ¡Goya universitario! Y entonar el Himno Nacional varias veces.

Otros contingentes también visibles lo constituyeron los grupos feministas y los integrantes de la comunidad lésbico gay.

A lo lejos y totalmente rezagado apareció el ya anecdótico “Juanito” con su diadema de tela que lo identifica permanentemente. Portaba un extenso cartón de protesta cuya lectura se confundía entre los deseos y sus aspiraciones de apoyo al pueblo de México, entendible del todo sobre la parte final donde aseguraba estar dispuesto “hasta a tomar la armas para defender a México”.

Juanito (Rafael Acosta), un capitalino muy peculiar que saltó de vendedor ambulante en Iztapalapa a noticia nacional y luego político superestrella cuando, utilizado por López Obrador, fue electo delegado de a mentiritas en Iztapalapa, y tuvo que renunciar para darle ese cargo a Clara Brugada, una de las favoritas de López Obrador y quien había sido vetada como candidata a tal puesto por su partido, el PRD.

Juanito ganó la elección. Se la creyó. Se sentó en el sillón delegacional y le gustó. Pretendió gobernar, pero el escrip de López Obrador no era ése, sino cederle la silla a Brugada.

Esta estrategia caricaturesca de la política a la mexicana, dio origen a la leyenda político electoral de las Juanitas, esquema mediante el cual se selecciona a una mujer para cumplir con el requisito de equidad de género (normalmente es un familiar cercano), quien, al ganar la elección, cede el puesto a su familiar hombre que es lo que quería el partido político.

Esa costumbre, aunque pasajera, rindió buenos frutos al PRI y a su satélite, el Verde Ecologista de México (Pvem), en especial, aunque la práctica también tuvo algunos ejemplares en los partidos de izquierda.

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