Tubérculos y raíces: Del sueño a la realidad

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A mediados de la década de los 90s del siglo pasado se celebró en la Ciudad de México una interesante reunión sobre productos no tradicionales y la alimentación. Participaron en ella personajes de la FAO, industriales, especialistas en nutrición y agroproductores, quienes expusieron los diversos adelantos internacionales en la alimentación popular.

Eran los tiempos cuando a diversos productos no tradicionales de la economía mundial, pero de consumo popular, se les encontraban diversos beneficios para la salud y la alimentación y comenzaban a despegar en los mercados formales.

Entre algunos de esos productos aparecían las raíces y tubérculos como una buena opción para elevar la nutrición en los pueblos que enfrentaban serios problemas de alimentación por la escasez y, en especial, los altos precios de granos y productos cárnicos, regulados, en su mayoría, por los ambiciosos elevadores de precios (“coyotes”, les llaman en el mercado mexicano) y el ingreso de los alimentos a los mercados de futuro, condición que los equiparaba a cualquier metal y otros productos, cuyo valor se dictaba en esos mercados internacionales, lejos de los lugares de origen y al margen de las necesidades de los productores del campo.

En esa reunión se habló de promover raíces y tubérculos para la alimentación humana. Esta conclusión no pasó a mayores. Se quedó guardada en los escritores de quienes deciden la agroproducción, aunque el pueblo siguió cocinándolos y degustando en su paladar.

Ahora, en la pasada agroexpo mexicana, celebrada a inicios de este mes en la Ciudad de México, llamó la atención uno de los stands de la feria donde exponía, precisamente, el consumo alimentario de raíces y tubérculos, algunos en su estado natural, pero la mayoría ya con valor agregado, mediante la elaboración de pastas, dulces y aderezos, entre otras modalidades.

Se expusieron jengibre, malanga, yuca, papa y camote, todos de consumo tradicional en varios pueblos de México. En especial, yuca y camotes.

Actualmente, a través del comercio internacional, es posible obtener todos esos productos en cualquier tipo de mercado, formal e informal.

La papa, cuyo origen se disputaron durante años Perú y Toluca, México, dejó de ser un producto de una sola presentación. Ahora, es posible hallar de diversos tipos, tamaños, variedades y hasta sabores, gracias, en parte, a la biotecnología.

El jengibre, antes sólo conocido en ciertas regiones, en la actualidad, se consigue en cualquier mercado, incluyendo los de barrio y los tianguis, al mismo tiempo que se magnifican sus virtudes no sólo alimentarias, sino también medicinales, reales o supuestas, lo que sólo conocen los estudiosos de la salud y la alimentación.

Menos popular es la malanga, un tubérculo lleno de beneficios y propiedades, ideal dentro de una dieta equilibrada por su riqueza en nutrientes esenciales y sus cualidades curativas y preventivas, según sus impulsores. No así la yuca que desde tiempo prehispánicos se consume en muchos rincones del territorio mexicano.

El camote, al igual que la papa, también tiene diversas formas, colores, sabores y texturas, aunque, prácticamente, desapareció el camote de cerro, una especie de raíz de amplio consumo en los pueblos antiguos que algunos consideraban (y hasta lo emparentaban) con el mítico ginseng chino, raíz a la que se le atribuyen, desde tiempo inmemorial, multitud de beneficios y propiedades, algunas de ellas reconocidas por investigadores médicos.

Así, lo que, a mediados de los 90s del siglo pasado, fue sólo una propuesta, ahora es una realidad en la mesa de varios pueblos del mundo.

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