En el muro posterior, oculta bajo las últimas duelas barnizadas del escenario, está una oquedad enorme por donde cabría un hombre inclinado. Si alguna vez cualquiera de los tantos funcionario, en pleno uso de sus facultades mentales y con el poder otorgado por el ejercicio del dinero público ordenara rellenar y tapiar el boquete, esta narración no sería tal cual, ni habría razón para asentar los hechos, y si el “Altísimo” obrara en concordancia, la imagen de la bestia guardiana yacería en lo profundo del averno, lejos de la memoria y los anales del espacio que alguna vez constituyera el pueblo.

Don Evaristo era el vigilante nocturno. Don Evaristo Silva (alias “el coyote”) apuraba el obligado paseo nocturno en el área propia del espacio teatral. En cuanto al foyer, los pasillos circundantes en sus dos niveles, los sanitarios y los amplios cuartos para guardar los escenarios, utilería y vestuarios, la revisión era cosa respetada a partir de las ocho de la noche cuando con dos vueltas de llave cerraba una a una las puertas de acceso al espacio de las representaciones, reabiertas para su ventilación a las nueve de la mañana cuando correspondía el cambio de turno.

Resulta necesario establecer porqué don Evaristo cargaba con tal mote e incluso, a sus nietos les reconocen con el  motete de “los coyotitos”. Si el cura Morelos canceló en la legalidad las degradantes castas era un asunto histórico para ensalzar, no obstante, en el día a día quedaba residuos con origen velado en el pasado. Don Evaristo era, según la vieja práctica, un harnizo zacatecano  —por vía de su padre español Juan Silva e Inés Alvarado [de casta coyote], cargaba el mote dado a los varones de su familia ya que procedía del mestizo Santiago de Silva casado con la indígena María José Nepomuceno Díaz. Santiago, hijo del español Pedro de Silva y Cáceres casado con la también indígena Alba Betancourt, descendía de los criollos: don Pedro Hernando de Silva y Cáceres y de doña Ana Palencia del Real—. El coyote y los coyotitos eran pues, una rama empobrecida de aquel Juan Silva.

Don Evaristo conoció a tres de sus antecesores en la guardia del Teatro Hinojosa. El primero de ellos fue el delirante don Sebastián Ávila Campillo; el segundo, don Romualdo Fernández (Hernández) García (o Garza) importunó tenazmente a sus superiores hasta lograr su cambio de servicio a otro espacio y, el tercero, don Bruno Prieto (R.), denigró la labor —según dictamina el acta correspondiente—, al encontrársele continuamente adormilado bajo los efectos del vigoroso licor regional. Es de notar con un tanto de imparcialidad y el escepticismo necesario, que los guardianes nocturnos son hombres ya entrados en los años finales de la vida y que por sus necesidades económicas juraban “vigilar adecuada y constantemente la seguridad del inmueble histórico”.

Alguien narró al primero de los vigilantes la existencia de la boca de aquel túnel en cuyas entrañas laberínticas la conseja popular coloca una gran riqueza en monedas de oro —lingotes y joyas afirman los más exaltados—. Don Sebastián, con el aparejo de su extrema pobreza estrujó todo asomo de razón y en tal aventura fincó la solución a sus penurias. A manera de resguardo para penetrar en el túnel, solicitaron la presencia de un sacerdote a fin de contar con la protección de las huestes celestiales antes de acometer la riesgosa empresa. Citado para después de las diez de la noche, cuando “El Santísimo” regresara a su cripta dorada, impartida la bendición al pueblo, frente a la puerta lateral, el señor cura desesperó en sus llamadas con el aldabón hasta determinar por fracaso su visita y regresar a sus habitaciones.

— ¿Cuánto te parece que habrá?

—…

— ¿Tan poquito?

—Yo calculo que de menos…

— ¡Hombre! Si son monedas antiguas, hoy valen más.

— ¡Claro! … Lo primero será pagar…

Con esas elucubraciones, “cuentas de lechera” y unas cuantas duelas levantadas extraerían lo que nadie antes consideró propiedad personal. Al día siguiente la respuesta fue que envalentonados con un trago “para darme coraje” y otro “para la valentía misma” la cadena de sorbos les perdió la conciencia, el horario, la finalidad y la vigilia, y así, de madrugada, con los vapores del amanecer, los vahos etílicos exigieron reposo y cada uno de los valerosos exploradores recorrió el camino de regreso a casa.

Tres días después localizaron a don Sebastián dentro de uno de los cuartos superiores en lamentable estado físico, fétido con todas las secreciones posibles en un ser humano para encajonar en su casa la poca salud y de ella salir al tercer año en su posición final hacia el panteón de Dolores. Nadie supo cabalmente lo sucedido durante esa noche y los días de ausencia, en su alrededor sólo las especulaciones y consejas dictaminaban la multiplicada y única verdad con apoyo de referencias casi blasfemas.

(La voz popular que en ninguna parte tiene dueño afirma que la gran bestia anidada en las entrañas del Teatro Hinojosa, es algo semejante a una enorme serpiente. “Ella” cuida de una gran riqueza ahí colocada a su resguardo desde tiempos fuera de la experiencia colectiva.)

Durante el acomodo y distribución de los materiales para la exposición, pregunté a don Evaristo:

— ¿Alguna vez vio usted o escuchó a la serpiente?

—… ¿Verla? ¡No! La escucho a veces. Sobre todo en las noches siento su arrastre bajo el escenario y huelo la pestilencia que le acompaña.

— ¿Y usted qué hace?

—Le arrojo un palo o una piedra para ahuyentarla en lo que termino mi ronda…

— ¿Y…?

—… y se aleja, o me acecha, o… ¿quién sabe? La cosa es que  al terminar el turno me largo de ahí.

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El Teatro adquiere su nombre del  patronímico del Jefe de Gobierno, don José María Hinojosa quien favoreció la construcción —de 1872 a 1878— con la dirección de don José María Ortega en un solar parte de los terrenos alguna vez pertenecientes del Santuario de la Virgen patrona.

Para su realización, es del saber general que don José María Hinojosa obtuvo el apoyo económico necesario de” los vecinos destacados” para el inicio y término de la edificación, los albañiles otorgaron un día de trabajo a la semana sin goce de sueldo, los presos el labrado de las piedras y las familias sin recursos acarrearon los materiales necesarios.

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El aforo del Teatro es de 450 a 500 espectadores en sus localidades de luneta, platea, palcos y galerías y posee un decorado con fino trabajo en madera de sus molduras y balcones. En su techumbre, soportada por arcos torales, un gran espejo reflejaba “… el resplandor generado por una gran cantidad de lámparas de aceite que…iluminaban con tal intensidad que se podía ver claramente a la muchedumbre que atiborraba las plateas… (Sic)”. Este orgullo regional posee imagen de “muy cercana” al célebre Teatro Ford de la Ciudad de Washington, donde el presidente estadounidense Abraham Lincoln sufrió el atentado que le privó de la vida.

La fachada, realizada con el encubrimiento de la labor canterana en estilo neoclásico, posee cinco amplios arcos para sus tres entradas embutidas y encristaladas flanqueadas por tres portones a cada lado y una discreta entrada para el personal al lado derecho de la entrada principal. En el primer piso, tres ventanales de madera a izquierda y derecha ciñen las cinco puertas/ventanales del centro, todas ellas hermanadas por un balconcillo corrido con barandal en herrería cuyo acceso es el foyer. Adorna su cornisa de cantera gris una serie de cinco floreros labrados en la misma piedra. Ya en el interior “…un sobrio y bello candelabro con sólidos brazos de madera labrada soportan las cápsulas de cristal para proteger las llamas (hoy bombillas) de la iluminación en la sala de espera.”

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En este Teatro —inaugurado el 15 de septiembre de 1878—, la soprano y compositora Ángela Peralta Castera (“El ruiseñor mexicano”) —“Angelica di voce e di nome” según los italianos en tiempos de Vittorio Emanuele II y María Adelaida de Habsburgo-Lorena, ante quienes mostró sus cualidades vocales e interpretativas—  ofreció, en el año de 1882, el año anterior a su muerte, un concierto en este escenario jerezano aún recordado en las crónicas locales.

De aceptar la validez de la voz popular, resulta que el túnel bajo el piso y con boca en el muro posterior del escenario teatral va y/o viene de los sótanos del Santuario de Nuestra Señora de la Soledad, de ahí a las entrañas de la Parroquia con prolongación a la cercana mansión en Aurora 1 y otro más hacia los sótanos de la antigua prisión, hasta formar un enramado profuso con las casa principales hasta llegar a unas bocas escudadas en las proximidades de la Sierra de Cardos. Algunas referencias orales determinan el periodo previo a los movimientos independentistas y otros más al previo de la Revolución mexicana, ambas épocas con sus crueldades, latrocinios y tragedias familiares.

EN LA HISTORIA

Frente a la bella fachada del Teatro Hinojosa, abierto a espaldas del Santuario de Nuestra Señora de la Soledad —en lo que alguna vez fuera parte de las huertas del Templo—, está el Jardín Brilanti, posteriormente nombrado Hidalgo y en la actualidad designado coloquialmente: “el jardín chiquito”.

El primer nombre de este Jardín posee una curiosa historia que confirma la casi olvidada hermandad en el comercio entre Jerez, Zacatecas y Lagos de Moreno, Jalisco. Hasta hace poco tiempo era necesario sólo ver la variedad de frutas logradas en las huertas de ambas localidades (peras, manzanas, membrillos, limones, naranjas, jícamas, higos, duraznos, albaricoques, chabacanos, granadas… en cuanto a gramíneas: semillas (pepitas), cacahuates; los derivados lácteos: quesos, cremas, mantequillas y una amplia gama de dulces), el ritmo de su habla agregado al de sus apellidos y el trato natural de los habitantes en ambas poblaciones identificadas por una religiosidad acoplada al pensamiento liberal, para entender un tanto de su pasado cercano. Queda en las letras de la poesía la influencia y admiración compartida entre el jerezano Ramón López Velarde y el boticario laguense Francisco González León.

UN PARÉNTESIS

Es requisito tener presente que la divulgación de la posición y tesis jesuita respecto a dónde radica la soberanía “… y ésto es en el pueblo y no en los reyes cuyo pacto redundaría en beneficio y utilidad de lo colectivo y que, de no ser así, el pueblo mismo posee el derecho y aún tomar medidas extremas…”, enfoque que aunado a la progresión en el poder terreno y religiosos motivaran su expulsión de los reinos de España.

Sumado a lo anterior: las exacciones de la corona para financiar la guerra hispana en contra de Inglaterra denominada “La consolidación de los Vales Reales”; las restricciones administrativas impulsadas por Carlos III, en las que privilegiaba el origen peninsular sin importar la preparación de los criollos americanos, las restricciones para la siembra de la vid y el olivo…; en las circunstancias de Nueva España derivadas de las guerras napoleónicas y “las abdicaciones de Bayona” con la retención de la familia real, el mismo virrey José Joaquín Vicente de Iturrigaray y Aróstegui propuso—antes del golpe de estado propinado por los comerciantes de la capital—, trasladar la autoridad legítima al Ayuntamiento. Algunos de sus seguidores morirían en el movimiento en contra del repatriado virrey, entre ellos, Francisco Primo de Verdad y Ramos (ahorcado/envenenado), el mercedario fray Melchor de Talamantes y el franciscano fray Miguel Zugástegui  (ambos muertos en cautiverio de San Juan de Ulúa afectados de la  fiebre amarilla), sumado a lo anterior, la muy difundida versión de la supuesta invasión francesa a América que en nuestros días es una realidad probada con los asentamientos en el norte, en la parte baja de los ahora Estados Unidos de Norteamérica. (El campo de asilo. “En 1818, un grupo de ex-oficiales del ejército napoleónico decidió dirigirse a Texas para fundar una colonia cerca de la desembocadura del río Trinidad…)

GUALUPITA

Don Pedro (José Miguel Ignacio) Moreno González de Hermosillo (… “El Toro” por sus fuertes hombros, sus anchas espaldas y su gran pecho), fue hijo de don Manuel Moreno de Ortega y Verdín de Villavicencio y doña María del Rosario González de Hermosillo y Márquez, nacido el 18 de enero de 1775 en la Hacienda de “La Daga”, perteneciente a la Villa de Santa María de los Lagos, punto estratégico en el Camino Real de Minas y perteneciente a la Real Audiencia de la Nueva Galicia. Don Pedro Moreno era un hombre blanco, alto, regordete (o, francamente gordo), de ojos grandes y negros (o café oscuro), barba poblada y cabello castaño obscuro (ensortijado), según descripción de sus contemporáneos. Estudió en Guadalajara, sin titularse debido a la muerte de su padre: gramática latina, filosofía y algo de Jurisprudencia. Lo anterior determina su procedencia de familia con recursos. Hacendado con varias propiedades —la hacienda de “La Sauceda”, de la de “Matanzas de Abajo” y del rancho de “Los Coyotes”, que fuera parte de la hacienda de “La Daga”—, era un próspero comerciante en la entonces Villa de Santa María, la trastienda de su negocio en lencería, cristalería y abarrotes, fue el centro conspiratorio comarcano contraria a una administración enajenada de sus vínculos con la corona española y limitante de los derechos políticos y civiles de los criollos. Casado con Rita Pérez Jiménez (San Juan de los Lagos, 1779), engendraron a  José Luis, Josefa Marcelina, José María, María Luisa, a una niña nacida el 12 de diciembre de 1812 bautizada con el nombre de María Guadalupe Lucía y cuatro hijos más. (Luz Elena Mainero del Castillo, seguramente basada en los testimonios de don Agustín Rivera y Sanromán menciona a: [¿José?] Luis, Josefa, Luisa, Guadalupe, Severiano y Nicandra (éstos dos últimos nacidos en el Fuerte de “El Sombrero”) y a un hijo más nacido y muerto pocos días después, durante el posterior y penoso cautiverio de doña Rita).

En 1813, la junta de locales por medio de don Manuel Muñiz, Comandante General Insurgente de las Provincias de Valladolid, Guanajuato, Guadalajara, Zacatecas y Potosí, nombra a don Pedro Moreno Coronel en jefe de la lucha armada y le autoriza a formar a sus expensas un Cuerpo Militar denominado “Caballería Ligera de Santa María de los Lagos”. Conocedor de brechas y cañadas, de pasos y caminos, de distancias y abrevaderos, Moreno establece su base de acción en el recién erguido “Fuerte del Sombrero”, ante ésto y en seguimiento de su esposo, doña Rita dejó encargada a su hija menor por aquel entonces —María Guadalupe Lucía— en la hacienda de Cañada Grande, al cuidado del sacerdote Antonio Bravo Guerra, lugar que visitaba frecuentemente don Pedro Moreno de incógnito-

El primer enfrentamiento de Moreno y sus seguidores contra las fuerzas realistas fue en “Piedras Coloradas” el 4 de mayo de 1813, ahí, Santiago Galdámez, comandante de la plaza de San Juan de los Lagos y (de) los “panzas (coloradas)” —término utilizado por los habitantes de Lagos al referirse a aquellos que servían al régimen colonial— derrotó al grupo independentista debido a la impericia militar de Moreno. Ante el fracaso en éste, su bautizo de fuego terminado en fuga, Pedro Moreno declaró: “Así aprenderé a vencer”. Rehecha la tropa, en los siguientes enfrentamientos vencieron en “Las Jaulas”, y en la de “Ojo de Agua” en la que murió el comandante Santiago Galdámez.

Por ese mismo tiempo, José Brilanti y José Francisco Álvarez —clérigo, éste último a quien apellidaban “el cura chicharronero” por su afición a quemar vivos a los heridos insurgentes que caían en su poder, otras fuentes informan que, inclusive los capturados a las fuerzas opositoras—, atacaron a una partida de insurrectos resguardados en la “Hacienda de Cañada Grande” apoderándose de la finca. En ella, Brilanti capturó a la hijita de Moreno. El cura Álvarez empeñado a degollar a la niñita, enfrentó la resolución de Brilianti: “Ni un grano de maíz he tomado de esta hacienda, nada más que a esta niña. Es mi prisionera y usted no tiene ninguna facultad sobre ella.” asienta don Agustín Rivera  por respuesta del militar al sanguinario sacerdote. Furioso, el cura Álvarez (cuyos actos en Jerez contradecían la finalidad de su sotana) apresó al sacerdote Bravo Guerra (¿dueño de la hacienda?) trasladándole a la cárcel de Aguascalientes, donde murió a consecuencia de los malos tratos y la insalubridad del lugar.

“Momentos solemnes de crisis, en que se perfilan vigorosamente los que valen. El patriota verdadero que no vino en busca de ganancias a río revuelto, sino que brinda generosamente su vida sin que amengüe su firmeza, la lección constante de la historia, de que será la canalla de logreros que hoy esconde la cara, la que se presentará en los momentos de la victoria a reclamarlo todo: gloria, poder y dinero.”, asienta don Mariano Azuela para diferenciar a los Pedro Moreno y las sacrificadas familias, relegados injustamente a un segundo plano en la historia.

José Brilanti llevó a Guadalupe a Lagos, la tenía en su casa, cuidaba  de sus alimentos y comodidades, la vestía adecuadamente y la amaba como a su hija. Cuando salía a campaña, la dejaba en casa de la señora Luz Ochoa a quien recomendaba mucho su asistencia. El historiador laguense Agustín Rivera y Sanromán afirmaba que la niña también quiso mucho a los Brilanti y a don José daba título de “papá” e incluso, en Lagos de Moreno, todo mundo conocería a la creatura con el nombre de Gualupita Brilanti. Padre sustituto que colgaría del pecho infantil una placa o escudo de plata con la leyenda: “Me salí de entre los insurgentes, por servir a la monarquía española”. Posteriormente Brilanti entregaría la niña a doña Olaya Torres, esposa de don José María Moreno, hermano de don Pedro, para que cuidara de su crianza y educación.

El gobierno virreinal, a través de José Brilanti, quien a partir de entonces se hizo pasar como el padre de Lupita, la utilizaría como un valiosísimo trofeo canjeable en primera instancia por la capitulación del revolucionario insurgente mediante el indulto ofrecido por el brigadier realista José de la Cruz, por medio del padre Pedro Vega, quien subió al “Fuerte del Sombrero” a ofrecérselo. Moreno rechazó categóricamente aceptar el indulto, al afirmar su resolución de “morir por la patria”. Además, ante la solicitud del Padre Vega de que lo hiciera por su hija Guadalupe de dos años, y prisionera del realista José Brilanti, Moreno respondió: “Mi hija, a su corta edad, de nada sirve a la causa insurgente. Tengo otros cuatro hijos que podéis tomar, pero el fuerte no se entrega”. Poco más adelante, la niña Lupita será elemento canjeable por los soldados realistas prisioneros entre los insurgentes,

Poco más tarde, su hijo Luis con apenas quince años de edad, moría peleando como un héroe al lado del patriota Encarnación Ortiz y de su tío don José María, en la Mesa de los Caballos…

Tres años 6 meses duraría su campaña en la sierra de Comanja (zona minera en plata y hierro) y la de Guanajuato. Reunidos con Mina (en abril de 1817, el español Francisco Xavier Mina acompañado de 250 hombres, entre americanos y europeos, tachado de “traidor”, desembarcó en Soto la Marina, Tamaulipas), conformaron un nuevo grupo insurgente. Juntos participaron en la batalla de “La Caja” y en el asedio de Guanajuato. Carencia de agua, sufrieron múltiples deserciones y el ánimo quebrantado menguaron el ardor, las voluntades y las fuerzas beligerantes tras el fracasado intento sobre León, y si   planicie a un tal Pazos: “Yo no soy traidor a mi patria; defiendo a los liberales de España, mis hermanos, soy enemigo del rey Fernando, y los americanos no me importan ni mucho ni poco.”, frases que gran trabajo costara al insurgente laguense matizar entre sus allegados a fin de vigorizar los ánimos hasta dirigirse finalmente hacia el rancho “El Venadito”, donde las fuerzas de Francisco Orrantía los sorprendieron en el amanecer del 27 de octubre de 1817.

Mermadas las fuerzas, debilitado el ánimo y la energía de sus combatientes, Pedro Moreno, cercado prefirió morir a rendirse. Testimonios de los pocos testigos sobrevivientes afirmarían que alcanzó a exclamar: “En mi vida mando yo”, cuando un certero balazo acabó con ella. Ahí mismo, junto a una peña en donde murió, le cortaron la cabeza y abandonaron el cuerpo. Estos restos los sepultará don Pascual Moreno en el camposanto de la de la iglesia de la “Tlachiquera”. Años después un pariente del héroe rescatará de la pica y sepultará la cabeza en el crucero del Evangelio en la iglesia de La Merced, de la hasta entonces Santa María de los Lagos. “Todo fue como un relámpago: una nube roja que le fulgura los ojos; que es ocaso y que es aurora.”, escribirá por cierre a la biografía novelada, don Mariano Azuela. A Xavier Mina le tomaron preso durante la salida para fusilarlo el 11 de noviembre de 1817. Entre los atacantes estaba el capitán realista José Brilanti al frente de un fuerte contingente llegado desde “La Mesa de las Tablas”.

Al cuerpo decapitado de Moreno y sepultado en la hacienda de “La Tlachiquera” lo exhumaron en 1823 para trasladarlo a la Ciudad de México y honrarle, destinándole un lugar en la Columna de la Independencia al lado de algunos de los de los héroes insurgentes. Su cabeza permanece en el Templo de La Merced en Lagos.

Apresada doña Rita Pérez de Moreno junto con otras mujeres insurgentes les confinaron en diversas cárceles en León y Guanajuato. Descalza y con 7 meses de embarazo, doña Rita y varios miembros de su familia, fueron condenados a caminar hasta León. Posteriormente la llevaron a una maloliente cárcel de Silao. A los tres días su llegada ahí, nacería muerto su último hijo.

En esa prisión, llegó a recibir algunas cartas de su amado esposo, en las que le reiteraba su inquebrantable amor y le llegó a repetir varias veces lo que había dicho a los realistas: “‘He jurado morir por la patria”. Y murió por ella, el 27 de octubre de 1817. Su cabeza fue exhibida para escarmiento, en una gigantesca garrocha, en su natal Lagos. Asienta don Mariano Azuela: “Siguiendo la línea sinuosa del cerro por el poniente, a su misma altura (al Cerro del Calvario da por referencia) se levanta otro, rematado por una gran cruz de madera sobre un rojo pedestal de cal y canto, cuyos brazos abiertos parecen llamar y proteger al pueblo. Entre ambos cerros media una explanada de blancos tepetates, los blancos muros del panteón municipal y blancas lápidas entre follaje. Bajando por esa cuesta se encuentra el caminillo del pueblo de Buenavista y bruscamente, en un recodo, se tropieza con un tosco pilarón de mampostería desportillado por la incuria y los años. Las letras pintadas sobre una lápida de cantera se han borrado y con trabajos se adivina que es el monumento conmemorativo del sitio donde estuvo expuesta la cabeza de Pedro Moreno en una picota…”.  Ahí la vio doña Rita al año siguiente, indultada por el virrey Juan Ruiz de Apodaca. Doña Rita sabía que sólo uno de sus seres queridos estaba vivo: Lupita. Logró que José Brilanti se la entregara. Con ella, la heroína desconocida sería testigo del homenaje nacional a Pedro Moreno y su familia. Por Decreto (207) del Congreso, el 9 de abril de 1829 se rebautizó a la localidad de Villa de Santa María de los Lagos con el actual título de Lagos de Moreno. De sus bienes personales y logrados durante su matrimonio nada recuperó. Sin recursos, doña Rita Pérez, ahora viuda de Moreno, regresó a la casa paterna en su natal San Juan de los Lagos donde, según la mayoría de las crónicas, sobrevivió con la venta de tortillas, y en esa población murió el 27 de agosto de 1861. “Llegará a los ochenta [años de edad] con un sagrado relicario pendiente de su cuello y arrimado a su corazón. Y en ese relicario, un papelito doblado, con las postreras palabras que don Pedro le escribió, separados ya para siempre: ‘Un fondo de sufrimiento y conformidad valen un mayorazgo, y es la única felicidad de que se pueda puede disfrutar en la turbulenta época que nos ha tocado: ármate de tan fuerte escudo y todo será por ti llevadero’.” asienta don Mariano Azuela en su “Pedro Moreno, el insurgente”. Guadalupe Moreno (por alguna vez  Brilanti) falleció en San Juan de los Lagos durante la epidemia de cólera de 1833, poco después de casada con Manuel Ochoa y Rábago y procrear a un hijo de nombre Manuel Ochoa Moreno.

Hacia el oriente, a la entrada de “El Jardín Grande”, una escultura en bronce muestra al insurgente con la espada empuñada por última vez en la defensa y caída del viejo caserío en la estancia de “El venadito” de la alguna vez prospera Hacienda “La Tlachiquera” (cercana a León) en el amanecer de aquel 27 de octubre de 1817, En dicho monumento una placa contiene esta cuarteta poco afortunada, entre gracejo y vanalidad:

Al héroe insurgente

Don Pedro Moreno.

Por defender El Sombrero

¡perdió la cabeza!

heroe

Para abundar en la visión parcial sobre la historia en el movimiento independentista surgido en septiembre del 1810: “Entre quienes reposan en el mausoleo ubicado bajo la Columna de la Independencia, recordemos que Pedro Moreno es el único que muere peleando, espada en mano.”, asienta contundentemente Oscar González Aceves en cita de su obra “Las ruinas del Fuerte del Sombrero” (aparecida en la revista Proceso con el encabezado: “Ningunea el Bicentenario a Pedro Moreno.” —3 de agosto del 2010—.); y añade: “Con motivo de los festejos por nuestros centenarios, es hora de razonar y valorar el sacrificio de él y de todos los defensores del Fuerte del Sombrero, llevándolo al plano histórico nacional del que han sido injustamente borrados.”, ya que, en palabras del Director del Archivo Histórico de Lagos (de Moreno) Mario Gómez Mata: “… Pedro Moreno fue el jefe insurgente que, a la muerte de Hidalgo y luego de Morelos, tomó el mando de la lucha por la Independencia y la sostuvo mediante una estrategia de guerra de guerrillas.” Esto, en un momento en que, carente de las figuras señeras del movimiento y descrédito del movimiento, todo indicaba la extinción de la lucha y las ideas sustentadoras.

Cabe asentar que los epítetos de “forajido”, “gavillero”, “rebelde” y “traidor”, le son impuestos a don Pedro Moreno y sus seguidores, en mucho, con base a lo asentado en la “Gaceta de Gobierno de México, del jueves 30 de noviembre de 1815 y con fecha de publicación del 30 de noviembre, en la cual, con encabezado de “Zacatecas” y dirigido al Gral. Brigadier (¿?) “Del  Sr. Brigadier D. Diego García Conde, comandante de dicha provincia…”, documento salido de “la imprenta de D. José María Benavente”, en el cuerpo de la información militar proliferan los términos degradantes para quienes apoyaban y seguían al hacendado e insurrecto Pedro Moreno. En el mismo reporte aparece en varias ocasiones el nombre de José Brilanti como segundo al mando del cuerpo activo del ejército realista en dicha zona.

De resultar definitivo el análisis correspondiente a los huesos colocados en la urna en forma de libro referidos en los estudios y análisis de los restos de los Héroes colocados en el Monumento a la Independencia, en la página 181 del Estudio Histórico firmado por Carmen Saucedo Zarco: “… fue posible reunir unos pocos huesos pertenecientes a un sujeto que quedó designado como Individuo D, del que sólo fueron encontrados algunos de las piernas, ambos fémures, las dos tibias y el peroné derecho, suficientes para saber que se trataba de un hombre de 1.79 m de estatura, de gran robustez, que recibió heridas fuertes pero no graves. El rastro de raíces indica que fue enterrado directamente en la tierra, sin ataúd.

“Cierta exfoliación por humedad y los daños post mórtem señalan un ambiente de descuido durante la exhumación y después de ésta. La estatura que descuella de entre los demás, las heridas y el contexto de enterramiento permiten afirmar que se trata de Pedro Moreno…”. (Es pertinente aclarar que por aquellos años, el promedio en la estatura de los adultos estaba en el 1:65 y 1:67 metros. Por lo tanto, don Pedro Moreno resultaba un ser excepcionalmente alto para su momento.)

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En toda esta trágica realidad de la familia Moreno Pérez asentada por diversos autores con sus diferencias propias, subyacen por guía los textos del padre Agustín Rivera y Sanromán quien enlista a los hermanos Moreno González de Hermosillo, la mayoría de inclinación y simpatía liberal: José María, Pascual, Juan de Dios, María Antonieta (excepción familiar su inclinación realista no la excluiría del “descredito” por ser una Moreno, tras la muerte de don Pedro Moreno: “Cuatro años más tarde tendrá que ir a Guadalajara en medio de la soldadesca y de la mofa realista, con las famosas insurgentes de Lagos, sus hermanas y la viuda de don Pedro Moreno, por el horrendo delito de llevarla misma sangre en las venas. Pero irá con la frente alta, firme en sus convicciones de fidelidad a su Rey y a su Dios, hasta el último momento.” asienta don Mariano Azuela en su biografía novelada del héroe laguense.), Isabel, Nicanora y Jesús, sin filiación política ya que por esos días contaba con tres años de edad. Por hijos de don Pedro y doña Rita: Luis (cuya edad varía en las diversas referencias de doce, catorce y hasta quince años, muerto con su tío José María en la acción de “La mesa de los caballos”), Josefa, Luisa y Guadalupe, sin mención de los dos nacidos en el Fuerte de “El Sombrero” y al último muerto en el cautiverio de doña Rita en la prisión de Silao, Guanajuato.

SÍNTESIS GENEALÓGICA

Es posible que el capitán realista, José Brilanti, sea el mismo venido de los reinos de Italia, establecido en la Villa de Jerez en donde generaría una numerosa familia indica don Luis Miguel Félix Bermúdez. Posiblemente luego de que Brilanti estuviera en Durango, tras su incursión por Colotlán (demarcación de donde fue gobernador interino), y Tlaltenango, Zacatecas, posteriormente ocupó interinamente el cargo de comandante general de Zacatecas,

Establecido en la Villa de Jerez al término de la guerra de independencia, acogióse al indulto (¿?) ofrecido por Iturbide. José Brilanti, hijo de Francisco Santiago Brilanti y Magdalena Bezzi  casó con doña Josefa Zuazo Félix (hija de Higinio Zuazo y Josefa Félix de Arellano). Sus hijos fueron José Rafael (26 de mayo de 1832), José Juan (nacido en 1826), Modesta (nacida en 1829) y Julián (nacido probablemente en 1827).

Durante la segunda mitad del siglo XIX, los Brilanti fueron reconocidos comerciantes, emparentando con las principales familias jerezanas.

Don Julián Brilanti Zuazo inserta nombre y figura en la historia jerezana por su actividad determinante en el quehacer  político de la entonces pequeña ciudad. El jardín creado en los terrenos de la Huerta de la Virgen, llamado originalmente “de la Soledad”, adquirirá el denominativo de “Jardín Brilanti” en reconocimiento a que fue Julián Brilanti quien lo ideó y plantó.

Su hija Josefa Brilanti, costeó la terminación de la torre norte de la catedral zacatecana, obra que estuvo a cargo del eminente cantero y empírico arquitecto jerezano Dámaso Muñetón y de quien queda una curiosa anécdota: Al término de la construcción de la torre norte de la Catedral de Zacatecas, Dámaso Muñetón detectó que su torre medía 15 centímetros menos que su gemela del sur, ante ello solicitó a las autoridades el permiso correspondiente para derruirla y levantarla nuevamente con cargo a su propio bolsillo. Las autoridades, sabiamente, negaron la oferta, pues 15 centímetros más o menos resulta arduo determinar en tales dimensiones.

En el panteón de Dolores, el suntuoso mausoleo de la familia Brilanti muestra el esplendor y la riqueza del Jerez ya adentrados en el tiempo del porfiriato.

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En cuanto al asunto de” la gran bestia” o “el viborón del Hinojosa”, hasta donde es posible entender —y con ello merecí una buena cantidad de sonrisas conmiserativas al interrogar al respecto—, es resultado de la imaginería popular. En las concentraciones humanas el mito inicia con casi nada y poco a poco el propio intercambio de experiencias entre los pobladores y los traídos de otros espacios sobre lomos de mula y burro junto a los objetos de intercambio e ideas, crean estas criaturas que, unas corporizadas para expiar las culpas, otras por manifestación de castigo colectivo y otros más para adormecer las conciencias, encuentran espacio y anidan en el miedo colectivo.

En lo referente a los túneles, en toda población agitada frecuente y profundamente por los conflictos humanos y sus crueldades los hay, pero no en las dimensiones y extensiones que “la voz popular” afirma. En Lagos de Moreno y Jerez de García Salinas los factores humanos y sociales, colonización, virreinato, movimiento independentista, revolución, cristiada y los fenómenos estrictamente locales impulsaron la necesidad para crear recintos de seguridad personal y de los bienes patrimoniales. No es extraño, pues, la creación y subsistencia de dichos pasadizos y algunos otros por descubrir con sus secretos y evidencia de las pasiones humanas para sustentar la permanente tentación de la satisfacción de las necesidades con el menor esfuerzo personal, porque siempre, allá en el fondo del pozo cegado, del muro derruido o en las entrañas de la tierra, aquella fortuna regresará a la superficie para beneficio del más osado.

RemateParroquia

Textos consultados:

“Independencia / Pedro Moreno; el héroe del  fuerte del sombrero”, por Luz Elena Mainero del Castillo.

Agencia Mexicana de Noticias (AMN). De pe a pa. “La heroica familia Moreno” por Alberto Vieyra Gómez.

Ramiro Villaseñor y Villaseñor. “Las calles de Guadalajara”, (Tomo 3, p.p. 131-141). 1999 Fomento de las Artes de Jalisco, A.C.

Luis Miguel Félix Bermúdez. “La página de Miguel” y/o “Conozco Jerez”. 2011.

Rogelio López Espinoza. (Textos promocionales para) “Don Pedro Moreno: adalid e insurgente”. Documentos inéditos. Gobierno de Jalisco, Poder Ejecutivo, Secretaría de Cultura, 01/01/2005.

“Hidalgo…” de Enrique Krauze. Ediciones México, 2012; INAH, Conaculta, Banamex.

Mariano Azuela. “Pedro Moreno, el insurgente.” Planeta deAgostini/Conaculta. 2004.

Los restos de los héroes en el Monumento a la Independencia. Tomo I. Carmen Saucedo Zarco. Estudio histórico. Instituto Nacional de Antropología e Historia, Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México. 2012.

Los restos de los héroes en el Monumento a la Independencia. Tomo II. Lilia Rivero Weber (coordinadora): Conservación y restauración; José Antonio Pompa y Padilla (coordinador): Análisis de antropología física. Instituto Nacional de Antropología e Historia, Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México. 2012.

Revista Proceso, 3 de agosto del 2010. Página en internet consultada el 31 de marzo del 2016.

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